LA de veces que me han llamado de la Sociedad General de Autores para explicarme lo equivocado que estaba al poner a parir a Teddy Bautista -acabó en la trena-, su afición a deslizar dinero en sus propios bolsillos y los métodos mafiosos que utilizaba en connivencia con el Gobierno español para recaudarlo. La SGAE nació para proteger los derechos intelectuales de los artistas pero a la luz de la cultura del pelotazo tan en boga antes de la crisis, no tardó en convertirse en una organización puramente extorsionadora que lo mismo cobraba a los bares por amenizar la jornada con música que machacaba en bodas, verbenas, entierros, cumpleaños de chiquillos... Y venga a recolectar, a multar y a denunciar. Pero solo algunos de los artistas cobraban, además de los dirigentes de la SGAE. Ahora, la Sociedad se descompone a marchas forzadas, al borde de la ruina e inmersa en luchas intestinas para, sobre todo, evitar que los chanchullos de algunos salgan a la luz. Por eso ha sido decapitado Antón Reixa, el sucesor de Bautista, nada más proponer que los miembros más destacados de la SGAE hicieran públicas sus cuentas. No tienen dinero para subsistir desde que dejó de ser negocio defender a los autores. El problema es de falta de altruismo, claro, y de querer meter mano en la bolsa pensando que es tuya. Pero no lo es y así les va, de culo y cuesta abajo. Yo disolvería la SGAE -después de investigarla a fondo eso sí- y sometería el tema de los derechos y la propiedad intelectual a la legislación ordinaria. Y que se cumpla.