CUANDO vi este fin de semana al presidente del Gobierno y a su alter ego -el que le designó a dedo como su sucesor- en no se qué acto de las FAES -me suena cada vez más a secta- juntitos y echándose en voz baja los trastos a la cabeza con lo de que hay o no hay que bajar impuestos flipé en colores. Y no por lo de "España no va bien como antaño, pero va mejor", que ya me dirán en qué y con respecto a qué. Lo que me repateó las entrañas no fue esa estúpida pelea de eslóganes, vaya usted a saber quién les lisonjeó a Aznar y Rajoy con que dejarían frases para la historia. Me da que no, más bien creo que sus ocurrencias van a permanecer en la memoria colectiva menos que cualquier éxito musical veraniego. Lo que me hizo abrir los ojos como platos y frotarme las orejas por si había oído mal es eschuchar a Rajoy pedir paciencia a la hora de valorar su gestión. Reclamó que los balances deben llevarse a cabo al final y no ahora, cuando sólo llevamos año y pico de su legislatura. Algo así como que si dentro de dos años y medio no nos gusta lo que hay, pues ahí tenemos las urnas. Criticar ahora no es justo. ¿Justo? Me imagino que se sentirá el más desgraciado e incomprendido del mundo por las críticas. Que el paro haya crecido hasta los seis millones, que desahucien a miles de familias al año, que los sueldos bajen, que nuestros derechos estén descuartizados o que tengamos que desayunarnos un día sí y otro también con la insaciable voracidad corrupta de los políticos son chorradas, supongo. Lo injusto es criticar a Rajoy. Me compadezco de él. ¿En qué planeta vive?