pongo la tele pública y me harto de ver y oír a Rajoy anunciando la luz al final del túnel, desparramando una esperanza que yo calificaría de exacerbada, instando a los bancos a que suelten la mano con los créditos y amenazando a Europa con su nuevo papel de adalid del crecimiento. No sé... ¿habrá leído últimamente alguna encuesta en la que vaticinan su desplome electoral? Algo así ha tenido que ser para que, no contento con este alarde de optimismo, hasta ha pactado con Rubalcaba un acuerdo de Estado que más bien parece un paripé electoralista -o sea, mera declaración de intenciones- que la asunción conjunta de medidas para sacarnos del atolladero. Claro que igual la encuesta esa también especulaba con el derrumbre del PSOE, que los partidos pequeños iban a crecer exponencialmente no tanto por sus méritos sino limitándose a sentarse en el portal para ver pasar los cadáveres de sus vecinos socialistas y populares. El chiringuito amenaza derribo y, claro, hay que aliarse aunque sea para volver a llamarnos gilipollas a todos. Y algo de eso somos, no cabe duda, aunque no tanto y, en todo caso, cada vez menos. ¿Cómo se atreven los presuntos líderes de la cosa pública a proclamar el fin del invierno cuando miles de niños pasan hambre, que se sepa por ahora, en Andalucía y Cataluña? No es una anécdota, son miles y no casos sueltos. Y esto sucede porque sus padres no tienen para darles de comer, que les han quitado el trabajo o les han bajado los sueldos o les han echado de casa. ¿Cómo se atreven?
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