se ha montado cierto escándalo -como son ahora los escándalos, de media hora- porque un grupo de estudiantes distinguidos por su brillantez se negaron hace unos días a saludar al ministro de Educación, José Ignacio Wert, al recoger los premios nacionales de fin de carrera. El escándalo no tiene nada que ver con el metódico y eficiente empeño endémico en la clase política española por horadar la educación, que no es nuevo. De hecho, tenía ganas de decirlo, sólo hay que fijarse en el interés que cualquier partido manifiesta por controlar el ministerio o la consejería del ramo en cuanto llega al poder. Un interés nada gratuito, controla la educación y controlarás a la sociedad, así en plan axiomático pero sin la inspiración de Churchill o Julio César a la hora de acuñar citas. Una sociedad que valora la formación, la cultura, a la que no le duelen prendas en invertir en eso, es una sociedad crítica, activa y difícil de adocenar. Por eso, mola ser ministro y hacer una reforma educativa, vamos por la séptima de la democracia. En fin, doctores tiene la madre Iglesia, pero resulta que el escándalo es que esos chavales -ojo, recogían el premio fin de carrera 2009-10, un poco más y se les junta con la jubilación... bueno, no creo que conozcan eso ya- no quisieron dar la mano al ministro. Ni escupieron a Wert, ni le hicieron un calvo, ni le dieron un cate. A mí me parecieron bastante civilizados. Quizá lo que algunos entienden por cortesía es simple pleitesía. Es la diferencia entre educar y adoctrinar, entre conocimiento y programación, entre la libertad y 1984.