LA política, subordinada al poder financiero, no funciona en términos de deberes u obligaciones sino de ambiciones. Por ello, la democracia efectiva, la libertad y la justicia social -esto es, el proyecto de la Ilustración- ha sido y sigue siendo incompatible con el orden social que el capitalismo requiere. La política lato sensu nos ha demostrado que una sociedad justa y satisfecha no ha sido posible, lo cual ha causado una gran desesperanza y decepción entre la población.

El liberalismo ha sabido transmitir a la sociedad que no hay más solución que optar por una política pragmática basada en propuestas utilitaristas, en función de sus efectos calculables y previsibles. Hasta tal punto ha arraigado socialmente esta afirmación que la mayoría marginada, lejos de tener una clara conciencia solidaria, convive en durísima competencia de unos contra otros.

Horkheimer no termina de comprender por qué la humanidad, en vez de entrar en una etapa solidaria y colaboradora, se hunde una y otra vez en un mundo hobbesiano, en el que el ser humano sigue siendo lobo para sí mismo. Lo cierto es que desde los albores de la humanidad y hasta la actualidad, el conocimiento científico y técnico, con el apoyo del poder religioso, han sido siempre instrumentos de dominación al servicio de las minorías privilegiadas. La humanidad ha vivido siempre en un estado de dominación, en el que los gobernantes no sólo han utilizado su saber y su técnica para defender a sus pueblos frente a los enemigos, sino también para mantenerlos sometidos. Según Foucault, lo que hace que la dominación se sostenga se debe a la capacidad del poder para suscitar falsas esperanzas, fomentar la resignación y atemorizar a los disidentes con la descalificación.

Las dietas opulentas, los sustanciosos sobresueldos, los fastuosos despachos, los lujosos coches oficiales, la privilegiada condición de aforados y el afán de enriquecimiento desmesurado que finalmente conduce a la corrupción a demasiados políticos son inherentes al ejercicio del poder. Por el contrario, el desempleo, la escasez de derechos laborales, los desahucios, la contaminación atmosférica o alimentaria son simples efectos per accidens, que inevitablemente se atribuyen a la competitividad del mercado industrial, pero nunca al sistema capitalista.

La realidad es que el mercado financiero y el poder político se rigen por objetivos como la defensa de sus propios intereses y su desmesurada ambición, que tienden a bloquear sistemáticamente cualquier atisbo de justicia social, quedando las personas subordinadas a la utilidad que tienen dentro del mercado capitalista. Si la dominación es la solidificación de las relaciones de poder que se fijan entre dominadores y dominados, la resistencia ciudadana pacífica representa la obstrucción permanente que evita y frena su consolidación. En este sentido, la movilización ciudadana organizada se revela como la forma más eficaz y operativa para ejercer oposición, resistencia, denuncia, protesta, reivindicación y reprobación.