vitoria es una ciudad abierta a la polémica, a veces con enjundia y, en otras ocasiones, banal y hasta estúpida. No me parece mal, al contrario, aunque pienso que algunos de los debates que jalonan nuestra actualidad responden más a ciertos intereses ocultos que a buscar el consenso o, en su defecto, las mejores decisiones posibles. Tuve esa percepción con la ubicación de la nueva estación de autobuses -de la que ya nadie habla, por cierto- a pesar de la aparente contestación ciudadana que suscitó su emplazamiento, primero en el parque de Arriaga y por fin en la plaza de Euskaltzaindia. Me da en la nariz que las protestas pretendían más bien sustentar el afán protagonista de alguno que hallar realmente una solución conveniente y positiva para la ciudad. De hecho, una vez que han comenzado las obras, las voces discordantes se han difuminado por completo, como si ya no fuera rentable entablar esa batalla. Ocurre un poco lo mismo con las bicis, sus a todas luces confusos -y peligrosos- carriles integrados en la calzada y la pretensión municipal de prohibir su uso por las zonas peatonales. Todavía no tengo claro si el Ayuntamiento quiere responder a un problema, del que tampoco soy muy consciente de que exista realmente, o si la verdadera intención de Maroto es embarcarnos a ciudadanos y periodistas en un debate para distraer la atención de otros asuntos más graves. Me dirán que soy algo retorcido, pero no descartaría nada teniendo en cuenta las dotes del alcalde en esto del marketing.
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