el Alavés acaba de proclamarse campeón de Liga de su grupo y tendrá derecho, por tanto, a jugarse a una carta el ascenso a Segunda División. Si falla, aún gozará de otra oportunidad. Y aún así suscita algunas dudas entre algunos aficionados, los sempiternos escépticos que, a pesar de los pesares, auguran que el juego desarrollado por los de Natxo González no ofrece garantías como para soñar en eliminar al próximo rival, bien sea Tenerife, Jaén, Cartagena, Hospitalet, Huracán u Olimpic, los equipos que todavía hoy aspiran a medirse con los albiazules en un cara a cara definitivo. No sé yo tampoco si la calidad de los albiazules es comparable a la de sus posibles rivales. Reconozco que ando perdido en estas categorías infames del fútbol de las que lo único que me interesa es que el Alavés escape cuanto antes de ellas. Lo que sí tengo claro es que el trabajo de estos jugadores y sus entrenadores ha sido y está siendo bueno, muy bueno. Para llegar a esta conclusión no hace falta patearse el resto de campos, ni siquiera ser asiduo de Mendizorroza. Basta con echar un vistazo a la historia reciente para darse cuenta de que el Alavés ha dado un salto de calidad evidente tras varios años de bochorno institucional y deportivo y que su fiabilidad es, por tanto, la más alta desde que Mané y los suyos nos paseaban en volandas entre las élites del fútbol europeo. No sé si ascenderemos pero sí me parece evidente que, hasta ahora, el Alavés ha defendido con empaque ese rol de favorito que en los últimos tiempos sólo se le podía otorgar de boquilla.