mañana el popular movimiento del 15-M celebra su segundo aniversario y con motivo de esta efeméride activó el domingo movilizaciones en distintas ciudades del Estado -multitudinarias en Madrid o Barcelona y algo más deslavazado en otras capitales- con un declarado ánimo de rebelión, pero al mismo tiempo con notoria dispersión de mensajes. A la vista de la desigual repercusión de estas convocatorias -Vitoria se sumó con una tímida marcha que evocaba la ya casi extinta Acampada Gasteiz- se diría que la coordinadora del 15-M que las impulsa ha sufrido un desgaste incluso mayor que los partidos políticos tradicionales, cuya caducidad se proclamaba en el nacimiento de esta contestación social. Sin restar valor al papel de los movimientos sociales para contribuir a que el poder político tenga una fotografía más directa de la calle y para abrir cauces de participación social, se diría que el éxito del 15-M fue flor de un día y que sus impulsores no han sabido o no han podido canalizar el apoyo recibido para ejercer una presión efectiva -y con resultados- sobre los gobiernos. Tal vez por ello, tras una primera fase de propuestas y peticiones, su coordinadora parece dispuesta a buscar ahora en las llamadas acciones directas o en los escraches mecanismos de continuidad. En esta nueva etapa se encuadrarían movimientos como los que han protagonizado los impulsores de la iniciativa legislativa popular contra los desahucios, que recibió el respaldo de casi un millón y medio de personas. Sin embargo, los defensores del 15-M deberán ser cuidadosos a la hora de modular ese salto cualitativo, ya que pasar la raya de la movilización social para adentrarse en eso que llaman acciones directas puede llevar a dinámicas que perviertan el espontáneo espíritu originario hace dos años. Esta deriva daría pie a que la iniciativa recayese en grupúsculos radicales o determinados partidos residuales del arco extraparlamentario, con el riesgo de abrir una brecha con esa mayoría social que vio con simpatía el movimiento en su nacimiento, pero que no ve claras las aventuras rupturistas. No obstante, la pervivencia de la carga disidente y crítica que encierra el 15-M -que encarnó el domingo la viuda de José Luis Sampedro- resulta saludable en una sociedad democrática.