ahora que las políticas de austeridad empiezan a ser seriamente cuestionadas en foros de la élite europea -no tanto por la sangría social, sino por su demostrada incapacidad para generar actividad y crecimiento- y que la relajación de la dictadura del déficit puede dar cierto margen -el mismo que ha aprovechado el Gobierno de Iñigo Urkullu para intentar incentivar la economía vasca-, el presidente Mariano Rajoy no apuesta por una política ni por su contraria. Se limita simplemente a ver pasar los problemas, entrampado en sus propias contradicciones y en la contestación interna que empieza a aflorar en su propio partido. El jefe del Ejecutivo tiene tres graves problemas que sobresalen sobre la ingente crisis que atenaza al Estado español. Uno es la dramática tasa de desempleo; otro, la inquietud que se propaga entre los barones autonómicos del PP y, finalmente, la falta de credibilidad que arrastra su Gobierno. Y el colmo se da cuando los tres problemas se conjugan ante un presidente dubitativo entre hacer una cosa y su contraria. Hace unos días, mientras la vicepresidenta Soraya Sánez de Santamaría -flanqueada por los ministros económicos Cristóbal Montoro y Luis de Guindos- anunciaba con toda su parsimonia que en 2016 la tasa de desempleo seguirá siendo del 25% y al mismo tiempo auguraba que antes de finalizar la legislatura se creará empleo. Los prebostes del PP obvian su falta de credibilidad para hacer cualquier tipo de previsión -cuando este último año y medio han errado en todas- y a esa indisumulada desconfianza se han sumado este fin de semana líderes autonómicos de sus propias filas que empiezan a atisbar el serio castigo electoral que les reportará el Gobierno Rajoy. Pero los ministros populares torean cualquier atisbo de autocrítica hacia unas medidas que han provocado justamente lo contrario de lo que pretendían y hacia su empecinado empeño en supeditar toda acción de gobierno a la reducción del déficit, aun a costa de llevar a la economía a su estrangulamiento, de anular derechos sociales y laborales, de condenar a la progresiva depauperación a buena parte de las clases medidas y de robar el futuro a la juventud. Y el Gabinete Rajoy parece confiar la resolución de sus problemas al paso del tiempo.