QUIzÁs no sea la mejor palabra para describir lo que ha ocurrido durante los últimos días, pero se acerca a lo quiero expresar en estas líneas: vivimos colonizados, y en ocasiones ni siquiera nos damos cuenta. El pasado 15 de abril hubo un atentado durante el Maratón de Boston. Al parecer, dos jóvenes hermanos de origen checheno colocaron bombas de fabricación casera cerca de la meta de la prueba deportiva y mataron a tres personas, entre ellas un niño. Uno de los hermanos murió poco después a manos de la policía; el otro está herido. Unas horas antes de lo ocurrido en Boston, varios coches bomba explotaron en distintas provincias de Irak dejando un saldo de 42 muertos y 250 heridos; y a comienzos de mes, un ataque aéreo de la OTAN en Afganistán provocó el derrumbe del techo de un edificio con trágicas consecuencias: fallecieron al menos diez niños. Son sólo dos ejemplos de lo que ocurre en el mundo con demasiada frecuencia, tanta que ya ni siquiera sus efectos resultan relevantes para la prensa occidental. Y ahí radica esa colonización, que se inicia informativa y deviene cruel en muchas ocasiones. ¿Han visto alguna fotografía de esos niños muertos en Afganistán? No. ¿Han visto, sin embargo, las del niño asesinado en Boston? Sí, claro que sí. ¿Se han preguntado por qué? No tengo todas las respuestas, pero me sobran las preguntas. ¿Cuál es la diferencia entre unas muertes y otras? Ninguna, salvo que las de Boston ocupan portadas e infinidad de reportajes y las otras no. Esa es una de las consecuencias de la colonización.
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