El ranking de suicidios inducidos por el virus de los desahucios va en crecimiento de forma lamentable. Dos jubilados en Mallorca, otro suicidado en Basauri, anteriormente otro más en Granada y anteayer en Alicante. Debiera de ser una semana de luto, pero de manera pública no existe una actitud de condolencia. No hay minutos de silencio institucionales ni gubernamentales, como ha sido la norma ante otro tipo de violencias.

A la muerte de Amaya Egaña en Barakaldo a los pies de la comisión judicial se han sucedido hechos de la misma naturaleza, pero no se paran los desahucios, ni se aceptan las daciones en pago ante el cruce de brazos de gobiernos que apenas tosen por aquello del principio no escrito de no molesten a la banca.

Los suicidios han tenido el común denominador de la desesperación y la soledad. Pero la banca no ve razón para cambiar nada, ni la Ley Hipotecaria vigente, ni la sinrazón de la cláusula de seguridad bancaria eterna a través del contrato-hipotecario personal indefinido. Algo habrá que cambiar. Hay que terminar con esta sangría injustificada en forma de sacrificios en los altares bancarios. No hay excusa alguna para no ponerse manos a la obra. Hay que plantar cara a esta situación inaceptable que arroja a nuestras caras una realidad al parecer incuestionable como es la debida obediencia al poder económico-bancario.