al adelantar las elecciones, a Benjamín Netanyahu le salió el tiro por la culata. Pensó que era momento oportuno para su coalición. Resultó lo contrario. ¿Pasó por alto algún dato o fue alguno de los imprevistos de las elecciones israelíes? Por supuesto, nadie dudaba de la victoria de Bibi, todavía fuerte, indestructible. ¿Fue la seguridad de esta victoria la que animó a parte del electorado a dar un salto, a dar una oportunidad a algo nuevo? Dos partidos más en estas elecciones. Un rostro político femenino ya conocido, Tzipi Livni. Pero con otra oferta, nueva. Y un rostro conocidísimo, periodista, escritor de artículos y estrella de televisión. De político, nada. Hasta que dio un salto la sangre y se le ocurrió emular a su padre, que llegó a ministro de Justicia con Ariel Sharon. Y, de buenas a primeras, se planta el segundo en la lista. Por otra parte, el viejo partido de Sharon, que con Tzipi Livni había sido el más votado en 2008, en esta legislatura queda como partido virtual.

En una palabra, a Netanyahu se le ha complicado el tablero de 120 diputados, de doce partidos diferentes -tres de ellos árabeisraelíes- para ¿ocho? millones de habitantes. Un pequeño Estado, pieza clave en Oriente Medio y serias implicaciones en política internacional. Un complejo Estado con serias tensiones internas y externas, afectos y fobias.

Contra la probada e indiscutible potencia militar y bélica de Israel, su sociedad padece el síndrome de la inseguridad existencial. El pueblo judío sobrevivió dos mil años padeciéndolos entre naciones enemigas; dispersado por el Imperio Romano al no lograr dominarlo y cargado por la Iglesia católica con el sambenito de pueblo deicida. Como reacción, se aferró tenazmente a salvar su multiforme pero indiscutible identidad nacional. El sueño de Hertzl tuvo que bajar al real agujero negro del Holocausto para despertar en el antiguo hogar de sus antepasados, donde un judío no sería un extraño odiado por judío. Pero se encontró, desde 1948, que también allí estaba acosado, como sus antepasados, aquellos por los imperios mesopotámicos y persa al nordeste, los faraones al sur y los hititas al norte; éste por Siria y Líbano al norte, Egipto al sur, Arabia e Irán al nordeste. Después de tantas guerras ganadas, la sociedad israelí se siente, está, insegura. Y la inseguridad nunca es buena consejera. Israel no logrará la seguridad y la paz con la guerra, pero puede dejar de existir si perdiera una sola.

Hamás es una amenaza constante para Israel mientras las potencias le consideren sólo como patriótica. Y más si logra arrinconar a la Autoridad Palestina, unirse con ella y hacerse con ella, porque el día que pueda aniquilará a Israel. Lo mismo que Irán. Netanyahu está obsesionado con la inseguridad de Israel y la potencia atómica en manos de Irán. Pero toda la inseguridad de Israel no justifica la ocupación de territorios ajenos, la opresión de otro pueblo, el olvido práctico de sus derechos y sufrimientos, casi de su existencia.

Después de casi tres años sin un atisbo de negociación, sin oír siquiera ese nombre, puede parecer normal que en la campaña electoral israelí la cuestión palestina no haya sonado en programas ni mítines. Una cuestión básica para un pueblo tan digno como Israel, que no estará en paz hasta que no conviva con un Estado palestino de pleno derecho.

A veces tiendo a pensar, por palabras y obras, que se está instalando en mentes israelíes la idea y hecho de un único Estado israelí en la antigua Palestina. Algo que, al parecer, los inmigrantes judíos de Rusia dan por sentado, cuando, además de ser una brutal injusticia, no sería en modo alguno tolerado por la comunidad internacional, ni comprendido desde el más estrecho sentido común. Y, si no se aspira a un único Estado israelí, se trabaja para que el palestino quede reducido a un minúsculo laberinto de tierra entre islotes fortificados de colonias judías.

Lieberman, el líder de Beitenu (Nuestra casa), partido de la coalición gubernamental con Netanyahu, consigue adeptos gracias a su mano dura con los palestinos. El supermillonario Naftali Bennett, líder de Hogar Judío, el partido de los colonos, persigue que Israel se quede con el 60% de la Cisjordania ocupada. En realidad, en el 2012 las colonias judías han aumentado el 300%. La reacción de Netanyahu al reconocimiento de Palestina por la ONU como Estado miembro observador fue la construcción de 3.000 viviendas junto a Jerusalén. Este es el gran error de la política de derechas del gobierno israelí: meter palos en las ruedas de la tartana abandonada de la negociación.

El tratado de paz egipcio-israelí, en 1978 tras la reunión en Camp David supuso que el halcón Menachen Begin entregaba la península del Sinaí y retiraba todos sus militares y civiles israelíes. La retirada unilateral de Gaza, en el 2005, desmanteladas las colonias y repatriados los colonos, tuvo el funesto resultado de que la franja cayera en manos de Hamás. ¿No pasará lo mismo con la retirada de Cisjordania?, se preguntan los israelíes. Yair Lapid, el periodista futuro socio de Netanyahu en el Gobierno, escribió en uno de sus famosos artículos: "Los palestinos no se irán de aquí, como desearía la derecha, pero tampoco se convertirán en vecinos noruegos, como espera la izquierda. Ni con la paz ni con la guerra tiene esto solución". Pero una cosa es escribir ingeniosamente y otra sentarse a negociar con sabiduría política, que es lo que hay que hacer y demostrar que se sabe.

Con una sabia política negociadora, Israel necesita salir del aislamiento internacional que se ha ganado, en buena parte con razón, y otra por ignorancia. La última muestra de su soledad fue la votación en la ONU en el nombramiento de Palestina como Estado miembro con el estatus de observador. Netanyahu pudo mostrarse duro y fuerte con Obama, pero peligrosamente. Es verdad que EEUU tiene un contingente judío con un poder e influencia muy desproporcionados a su número, uno de los principales factores de su tradicional y decisiva alianza con el pequeño e irritable Estado israelí. Alemania, Gran Bretaña y otros estados europeos verían con muy buenos ojos una mayor flexibilidad en los gobiernos israelíes. Obama inicia su segundo y último mandato, lo que le permite una mayor libertad, y nunca lamentaría bastante Israel perder su gran aliado en el Consejo de Seguridad de la ONU.

No podía faltar en Israel el frente de la economía dentro de la crisis global. Suena el precio de la vivienda, problema sobre todo para los jóvenes, hasta el punto de que matrimonios jóvenes marchan a las colonias porque en ellas la vivienda es más barata. Durante mis estudios en Jerusalén y meses de trabajo en los kibbutzim en los años de oro de esta institución, con trabajo duro y largo, era frase común "Y todo ¿para qué? Para que el 80% de lo que producimos se vaya al Ejército. ¡Como para no desear la paz!". Han cambiado muchas cosas desde entonces en Israel. Por desgracia, el desproporcionadísimo ejército israelí, de primera clase, exige más y más trabajo y dinero. ¡Qué respiro podría dar la economía israelí si tuviera verdadera paz!

¿Qué gobierno saldrá para cubrir estos frentes, amén de otros varios menos acuciantes? Bibi, el hombre fuerte ¿es también el hábil? ¿Es real su fama de engatusar, utilizar y abandonar? Lo que es indudable es que ya está en ello. Respecto al problema palestino, formas moderadas pueden ocultar un halcón. Ha sonado ya el ministerio de Exteriores como probable, incluido el agrado de Obama.

Los 19 no cubren la mayoría absoluta y aunque Lapid desearía echar mano de la izquierda, no es fácil y Netanyahu prefiere la derecha. Naftali Bennett, el empresario multimillonario, tuvo que hacer cola. La llamada sonó al segundo día. Nada ha trascendido. En un principio, Lapid apareció como alternativa a Bennett, probable socio de Netanyahu. Pero la política hace que aun los principios puedan ser acomodaticios. Con estos 11 diputados, Netanyahu tendría 61 de los 120, pero probablemente desea más, incluido el ultrarreligiosopero pragmático Shaas. Bibi es capaz de sacar palomas y conejos de su chistera.