"Queríamos más, queríamos un mayor respaldo de la sociedad vasca". En plena noche electoral, sus palabras sonaban a decepción y el otrora deslenguado Antonio Basagoiti rumiaba su derrota en plena resaca electoral. A los días, mostraba su semblante taciturno en la sede de Génova, donde era recibido con los brazos abiertos por un Rajoy al que las circunstancias le han habituado a lidiar con morlacos de mayor enjundia.

"Chapa y pintura", debió pensar el gallego. Nada que no se pueda recomponer sin mayor esfuerzo. Para quien ya atisba unos ligerosh brotesh verdesh en el horizonte cercano, al igual que en su día intuyó pequeñosh hilillosh como de plashtilina en lo que con posterioridad derivó en un desastre ecológico de proporciones bíblicas, la solución estaba clara: un buen chute de populina, un oportuno cambio de pilas y, como el conejito del anuncio, listo para volver a tu casa a seguir dando la murga. Eso sí, que un escaso apoyo electoral en aquel rincón del Estado no arruine nuestra misión salvadora que tantos desvelos me está causando. Nada importa tu 10% de votos, ni que el 90% restante nada quiera saber de ti, incluso que seas el político peor valorado de tu comunidad. Tus diez parlamentarios en la Cámara autonómica son tan mayoría absoluta como si hubieras conseguido los 75. Para eso estoy yo, tu particular primo de Zumosol, dispuesto a echarte una mano y controlar a los irredentos separatistas vascones.

Y con la carrocería impecable, el útil Antonio se ha vuelto a su casa. Y ha llegado como lo recordábamos, con su verbo atropellado y su vocabulario soez, faltón y verdulero, con el que lo mismo tilda de talibán a quien ose criticar la política educativa de su partido o que amenaza con incumplir la ley del Cupo si no le gusta el talante del nuevo Gobierno de Ajuria Enea.

Eso sí, entre su muchas salidas de tono, no olvida poner al autonomismo vasco ante su propio espejo, recordándole que es el nuestro un Estatuto vigilado, controlado y graciable y que el día que se lo propongan pueden dejarlo como un erial. Y todavía hay estatutistas que siguen sin entender por qué tantos vascos pedimos la independencia. Mira tú.