HOY tengo el día tontorrón. En estos tiempos oscuros, una pasa del cabreo incendiario a la melancolía con absoluta naturalidad. Me llega un vídeo de esos que danzan por Internet, menos de dos minutos de historia. Las historias son la esencia de la humanidad, las historias sustentan el arte, las historias nutren nuestras relaciones personales y nuestro propio ser. Y, por eso, contar historias es un privilegio. Esta historia empieza en una plaza cualquiera. Al pie de unas escaleras, tras las que se adivinan unas contundentes columnas, un hombre está sentado en el suelo, sobre un cartón, con una lata vacía a un lado y un cartel. Luce pelo y perilla canos, bufanda oscura y aspecto aseado. Pasan pies ante la cámara, alguien lanza una moneda. No acierta. El hombre busca a tientas con su mano, recoge la moneda y la deja en la lata. La cámara se acerca al cartel: "Soy ciego, por favor, ayúdame". Tiene nariz bonachona y un halo de desamparo y dignidad. Cae otra moneda. Fuera de la lata. Se acerca una mujer joven, con grandes gafas de sol y caminar seguro. Pasa de largo ante el hombre y, de pronto, vuelve sobre sus pasos. Se acerca, recoge el cartel y escribe algo en él. El hombre toca sus zapatos de tacón (verde). Luego, aparecen más pies y más monedas, pies y monedas, pies y monedas... Y al tiempo, reaparece la mujer de grandes gafas de sol y zapatos de tacón (verde). "¿Qué le hizo a mi cartel?". "Escribí lo mismo pero con distintas palabras", contesta mientras le aprieta el hombro y le sonríe. Plano final del cartel: "Es un hermoso día y no puedo verlo".