en los últimos años, desde que apareciera por sorpresa la crisis allá por 2008, los bailes de cifras se han sucedido y se suceden hasta el punto de que ya no sabemos a qué atenernos. Tuvimos que aprender de déficit -lejos parece que nos queda ya aquella obsesión por la inflación-; de prima de riesgo -cuando llegáramos a 400 puntos se acababa el mundo y sobrepasamos los 600-; de deuda pública -cada mes el Estado coloca en los mercados miles de millones de euros y seguimos igual-; de paro -era imposible que rebasáramos los tres millones de desempleados y vamos a por el doble-; de beneficios bancarios que eran mentira; de cuántas tablet son necesarias para armar un escándalo; de si la paga de Navidad es parte del salario o un regalo... Ahora está de moda adivinar cuándo saldremos del fango. He oído a ministros asegurar que 2012 era el último año de la crisis; luego nos dijeron que Europa entera estaba de nuevo al borde de la recesión; hace un par de días la OCDE (el grupo de los países más desarrollados) dijo que lo peor de la crisis está por llegar; y ayer mismo, el Fondo Monetario Internacional cambió sus agoreros pronósticos de los últimos tiempos por esperanzadores augurios sobre lo cerca que estamos del fondo del pozo y lo poco que falta para que volvamos a asomar la cabeza. Mientras tanto, 6.000 empleados de Bankia a la calle, pero todos tranquilos, que en un año están dando otra vez beneficios. Esto empieza a ser como lo de las manifestaciones, ya no hay quien se crea cuántos salieron a la calle.
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