habiendo contemplado su valeroso comportamiento ante la tragedia del hundimiento del Prestige, de cuyo mando ya había sido desposeído por la autoridad naval, algo habría que analizar en profundidad por expertos y especialistas en Derecho Marítimo. Las bochornosas imágenes que contemplé mientras desembarcaba en el puerto de La Coruña fatigado, exhausto, aterido por el frío y, sobre todo, por haber perdido el barco, mostraron a un valiente que fue esposado y detenido por las autoridades y acusado por el fiscal con una petición de pena de 12 años de prisión.

En mi niñez soñé con ser capitán de Marina Mercante. Llevo navegando a vela desde que tengo siete años y jamás podré llegar a comprender cómo los peores enemigos no son las largas noches de guardia, la continua vigilancia del radar o las quejas de la tripulación, cuestiones portuarias y meteorológicas aparte. El peor de los temporales es el que viene de tierra.

En defensa de la actuación del capitán Apostolos Mangouras, tengo que poner de manifiesto que el Prestige lanzó una llamada de socorro ante el deterioro de sus estructuras y tanques, que supongo fue atendida por el centro de Salvamento Marítimo de Finisterre. En dicha llamada o en alguna posterior se solicitaba permiso para acceder al puerto de La Coruña en previsión de minimizar los daños que pudieran ser causados en caso de fractura de la estructura del barco, con la consiguiente contaminación. Ante dicha llamada de socorro marítimo, el titular de la Capitanía del puerto de La Coruña responde que es imposible, ya que las instalaciones de carga y descarga de transportes petrolíferos tienen un calado limitado que imposibilita la entrada del Prestige.

El entonces ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, hallábase ejercitando sus habilidades cinegéticas en Granada, de donde no se movió hasta que el chapapote fue detectado. Ni el ministro ni su confortable gabinete técnico pensaron en tener una reunión con técnicos cualificados. Por el contrario, pensaron que lo mejor que se podía hacer era que alejasen al ya fracturado Prestige lo máximo de las costas españolas.

Los superremolcadores, que tuvieron la ida de negociar el precio de la milla, llegaron al Prestige mientras su capitán era desposeído del mando, a pesar de la mar arbolada que contemplaba el previsible desastre. Una vez hechos firmes los cabos de arrastre, se produce la pregunta del millón: "Oye, y esto ¿a dónde dicen que hay que llevarlo?". Navegan unas 150 millas hacia el NW encontrando pésimas condiciones de mar y viento, otras 200 millas hacia el ENE y otras 140 millas hacia el SW para dejarlo aproximadamente donde estaba.

No olvidar que un grupo de cofradías de pescadores bretonas han interpuesto ante la Corte de Nueva York la exigencia de responsabilidades civiles por los desmanes, dejadez e incapacidad técnica del Gobierno español. Y vayan para el capitán Mangouras mis mejores deseos y sea liberado de las graves acusaciones que pesan contra alguien que demostró tener lo que hay que tener.