en la antigüedad, la Iglesia y el Estado formaban una única unidad. En el imperio egipcio el rey era un dios y los ciudadanos le aclamaban y alababan como tal y el emperador de Roma se autocoronaba y quedaba ungido de potestad divina. Todo el poder religioso y político lo detentaba una misma persona. La separación entre la Religión y el Estado se produjo en 1750 a.C. por el rey Constantino.
Con el caminar de los siglos, en plena dictadura española, la religión católica formaba parte del la doctrina del régimen de Franco. El Estado era confesional, profesando la creencia católica y el general hizo una alianza con el papa Pío XII, que le distinguió con los máximos honores de ir bajo palio. Otro dictador, el duce Mussolini, concedió al papa la jefatura del Estado Vaticano a cambio de determinadas prebendas. El Vaticano es la única teocracia existente en el mundo.
En esa etapa dictatorial no existía protocolo, sino que había un pseudo-protocolo con el fin de que las herramientas del Estado pudieran utilizarse para controlar al ciudadano. Con el advenimiento de la Constitución de 1978, se promulga la libertad religiosa y la aconfesionalidad del Estado. Sin embargo, cuando el Estado celebra una ceremonia -por ejemplo, los juramentos oficiales-, está aceptando una determinada religión y no respeta la pluralidad de credos. En estas ceremonias se acoge a un ritual obsoleto, perteneciente a otro sistema político precedente. Aún no se ha configurado un ritual adaptado al sistema democrático.
El precepto legal de aconfesionalidad se incumple reiteradamente. Cuando se celebra una toma de posesión de un funcionario público se realiza el ritual contemplando idénticas secuencias en su guión que en la dictadura: crucifijo, Biblia y fórmula de juramento. Los diferentes elementos distintivos son evidentemente católicos. En la celebración de un funeral de Estado, los oficiantes son sacerdotes católicos y tienen lugar en templos de esta religión. En ocasiones, se adopta una tramposa formula: colocan en un sitial no de honor los símbolos que reflejan la religión católica; es decir, permaneciendo en lugares poco visibles, dado que es obligatorio que figuren, porque así se establece en la ley aún no derogada. ¿Y en las instituciones civiles, por qué figura la cruz en lugar preferente?
Dado que en nuestra sociedad hay múltiples religiones (ortodoxa, judía, protestante o musulmana), articular su presencia en una ceremonia oficial es una tarea ardua y complicada. Ante estos hechos, se deberían de buscar rituales civiles que permitieran albergar la pluralidad religiosa sin ofender a una parte importante de la ciudadanía. En la sociedad democrática y aconfesional hay que ser respetuosos, utilizar correctamente los símbolos, dado que plasman las diferentes convicciones de un pueblo, su cultura y su sentimiento. El protocolo busca la armonía y no lesionar.