los crecientes datos del desempleo han encendido todas las alarmas. Porcentajes de paro nunca alcanzados en la historia laboral, familias enteras sin trabajo, dramáticos desahucios, cierre de empresas y previsiones de una crisis que todavía no ha tocado fondo son síntomas de un diagnóstico complejo que apunta a un deterioro irreversible de las funciones básicas del sistema económico actual.
Sin embargo, desde los análisis capitalistas guiados por la lógica neoliberal, estamos ante una coyuntura crítica debido a factores financieros inadecuadamente manejados. Según sus pronósticos, esta economía tiene solución y puede recuperarse a medio plazo. Tan seguros están de su diagnóstico que no dudan de las soluciones que deben aplicarse. Sin negar la realidad de una economía enferma, su solución radica en la intervención quirúrgica de recortes para resolver los flujos financieros y en inyecciones de suero monetario (rescates) para el corazón de su economía, que son los bancos. De esta manera -argumentan- todo volverá a su cauce y cada sector recibirá los créditos necesarios para normalizar la producción y el empleo. Se creará empleo, la sociedad recuperará su confianza en el sistema económico y el bienestar se restablecerá. Todo parece encajar en esa planificación dirigida y controlada por el FMI, el Banco Mundial o el BCE. Pero este futuro optimista está sustentado en un diagnóstico erróneo y engañoso. En realidad, el sistema económico que se trata de salvar es el generador de una profunda patología, causa de su propio deterioro. La economía neoliberal no es sólo está enferma, sino que en ella radica la razón explicativa de la situación en que nos encontramos, cuyas consecuencias sufren los menos favorecidos y beneficia a los más poderosos. Además, su extensión no es únicamente local sino globalizada y sus nefastas consecuencias llegan a un mundo donde más del 85% vive en pobreza, miseria y muerte, mientras una minoría disfruta del bienestar y la riqueza.
Si queremos encontrar soluciones eficaces es necesario un diagnóstico honesto y global que conocidos economistas han evidenciado. La causa de la situación está en la misma economía conducida por el neoliberalismo. Y no sólo provoca graves carencias para la subsistencia (alimento, vivienda o sanidad), sino que afecta a órganos vitales de la sociedad y el mundo como la cultura, la educación, la convivencia, el pensamiento y, por supuesto, la política, sometida a los imperativos alienadores de los intereses económicos.
En consecuencia, en los países occidentales desarrollados se ha generado una patología psicosocial que ataca y altera todo el sistema nervioso social, distorsionando las formas de pensar, de convivir o de relacionarse social y laboralmente. La ansiedad, el nerviosismo, la angustia, el estrés o la depresión se multiplican generando graves trastornos de personalidad y agresividad.
Pero todavía se debe precisar más el diagnóstico. La actual economía ha llegado a un deterioro esquizofrénico que distorsiona la percepción de la realidad y las relaciones sociales. Todo se puede comprar y vender (los que pueden). En consecuencia se ha perdido la conciencia de la realidad auténtica y sólo hay una obsesiva preocupación monetaria por tener, poseer y acumular. Por eso es una economía esquizofrénica, de doble rostro, fracturada. Por una lado muestra su cara de promesas de bienestar y por otro su cara de angustia, dependencia y depresión. Sin embargo, esta economía patógena es capaz de ofrecer su propia medicación. Impone un adormecedor pensamiento único en ideología, comportamientos y relaciones sociales adaptadas al sistema. Además, fabrica todo un mercado y negocio farmacológico que suministran los medicamentos antidepresivos, cuya necesidad ella misma ha generado.
Pero si el diagnóstico anterior es acertado, será necesario otro tratamiento alternativo al que los gobiernos ofrecen. Debe ser ecológico, ayudando a pensar críticamente y a analizar causas y consecuencias globales y locales. Debe promover nuevas relaciones solidarias de igualdad, justicia y respeto a personas, pueblos y hacia la misma tierra. La economía será saludable y generadora de bienestar cuando el sistema funcione con libertad de expresión, alteridad compartida, producción cooperativa, convivencia solidaria y capacidad de libre decisión.
Pero, además, la economía necesita también una terapia teológica. Desde un diagnóstico honesto, se debe reconocer con José Saramago que "el factor Dios que se exhibe en los billetes de dólar ha convertido a Dios en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres". Las grandes y auténticas tradiciones religiosas y sus profetas denunciaron esa manipulación religiosa asesina y establecieron una total oposición entre Dios y el dinero, como lo hizo Jesús de Nazaret. Desde su anuncio liberador rechazó cualquier esclavitud, impulsó una forma de vida humanizada, centrada en los más necesitados, servidora de una mesa compartida y sanadora de tantas enfermedades socioeconómicas. El Parlamento Mundial de las Religiones propuso en su congreso de Chicago en 1993, como solución eficaz para la radical crisis económica, ecológica y política, una ética mundial basada en una cultura de la vida, de la solidaridad, de la igualdad para lograr un nuevo orden que garantice a personas y pueblos, sin excepciones, el auténtico bienestar de una paz basada en la justicia.
Ante la avalancha y desastre de la patógena economía capitalista que amenaza con la quiebra del ecosistema global, todos somos responsables, desde las diversas convicciones, en la denuncia ética y en la acción trasformadora de nuestro agónico mundo.