HOY escribo con rabia. Hago un ejercicio muy simple, demagógico seguramente, pero revelador. Abro una web de un diario, la primera noticia, el suicidio de Amaia Egaña. Ayer la iban a desahuciar. Pongámosle nombre, porque ni es un número de la estadística ni del expediente de su hipoteca. Es un ser humano, una ciudadana, como usted y como yo. Como nuestra hermana o nuestra amiga de la infancia, como nuestra tía o nuestra vecina. A todos nos puede tocar. Sigo leyendo. "El Gobierno convoca una reunión urgente sobre los desahucios". Que el árbol no nos impida ver el bosque. Y el bosque son cientos de miles de desahucios desde que comenzó la crisis, cinco añitos de nada. En el otro contador, ni una entidad financiera que haya echado la persiana porque entre todos -incluida Amaia Egaña- les hemos cuadrado los balances. Conclusión de la "reunión urgente": la culpa es de los ciudadanos por no haberse suicidado como Dios manda hace tres años, por ejemplo, para que los políticos se cayeran antes del guindo y convocaran antes "reuniones urgentes" para resolver una auténtica emergencia social; porque, mira qué cosas, los bancos no hacen nada si les pasas la mano por el lomo y les propones un código de buenas prácticas. Por no hablar de todos los representantes de partidos que se sientan en los consejos de administración de las cajas de ahorros. Eso sí que es demagogia: hoy tocará echar la mierda a los banqueros ¿eh?, pero que tampoco se nos olvide quién se ha repartido tajaditas tan suculentas como esos sillones. Mucha rabia. Y mucha vergüenza.