El incremento de la inflación -que sitúa la tasa anual en el 3,6%, la más alta desde octubre de 2008- multiplica la presión sobre los consumidores, cuya capacidad de compra, necesaria para dinamizar el mercado, sufre un nuevo y severo golpe después del incremento de la fiscalidad impuesto el año pasado por el Gobierno. Derivado del alza del precio del crudo, que podría dispararse en función del imprevisible desarrollo de la crisis de los países islámicos, este repunte inflacionista representa el enésimo lastre para una recuperación que resulta imposible sin el papel activo del consumidor.