Las declaraciones de la secretaria de Estado estadounidense, Hillary Clinton; el reposicionamiento de las fuerzas militares estadounidenses en el Mediterráneo; las declaraciones del primer ministro inglés, quien no excluye el uso de efectivos militares o el coro de las estúpidas declaraciones de la ministra española de Asuntos Exteriores y Cooperación sobre la firmeza ante la barbarie hacen temer a cualquier ciudadano con memoria que la comunidad internacional esté preparando una intervención militar en Libia que, con la excusa de frenar la represión, intente poner una pica en el norte de África.

Los precedentes inmediatos en la región no alimentan muchas ilusiones sobre sus intenciones políticas. La comunidad internacional ha apoyado a Mubarak y Ben Alí hasta que han sido prácticamente cadáveres políticos y ahora presentan como garante de la transición a la democracia en Egipto a una junta militar que mantiene en la cárcel a presos políticos y reprime las manifestaciones populares que derrocaron a Mubarak y, en Túnez, a un gobierno que ha sido obligado a dimitir por una presión popular que lo consideraba continuador del régimen. Esa es la firmeza contra las dictaduras que nos plantea el gobierno Zapatero y su ministra de Asuntos Exteriores.

Más que movilizar fuerzas militares, los gobiernos europeos tendrían que haber hecho mucho ya para ayudar a las decenas de miles de refugiados de la represión que se encuentran amontonados en las fronteras de Libia. Podían haber ayudado ya, y no lo han hecho, a las organizaciones humanitarias y a los miles de voluntarios populares que ayudan a dichos refugiados. Con los millones que han gastado sólo para mover sus navíos de guerra podrían alimentar y dar cobijo a toda esa gente. Pero lo único que tienen en la cabeza es petróleo y seguridad. La comunidad internacional debería dejar en manos del pueblo libio el derrocamiento del tirano y socorra humanitariamente a los ciudadanos y ciudadanas que huyen de la guerra. Cualquier intervención militar sólo servirá para agudizar el horror, como han demostrado hasta la saciedad los recientes ejemplos de Irak y Afganistán.