Dicen que lo primero que se aprende es lo último que se olvida. El 3 de marzo de 1976 aprendimos que la lucha es imprescindible para defender nuestros intereses y que cada batalla que libra la clase obrera es parte de una ofensiva global contra un sistema económico que antepone los intereses de unos pocos a las necesidades de la mayoría de la sociedad.

La década de los setenta alumbró el despertar del movimiento obrero en nuestro país, al calor de las movilizaciones masivas, en Francia, Gran Bretaña o Italia, contra la crisis económica, y de los movimientos revolucionarios en Grecia y Portugal en 1974. Franco no pudo acudir en ayuda de sus amigos dictadores, abandonó el Sahara cuando Marruecos lo invadió en 1975, conoció la descomposición de su Ejército cuando militares de alta graduación formaron la Unión Militar Democrática, y obtuvo una contestación decisiva cuando dictó sus últimas condenas de muerte. A principios de 1976 medio millón de trabajadores estaban en huelga, tan sólo en Madrid. Correos, Renfe y el Metro tuvieron que ser militarizados.

En Vitoria-Gasteiz la exigencia de un salario digno, condiciones de trabajo decentes, ningún trabajador despedido o detenido, y el reconocimiento de los representantes elegidos directamente por los trabajadores, fueron el motor de una huelga que durante dos meses desveló con crudeza el papel que juegan instituciones, cuerpos represivos, medios de comunicación, y legalidad, cuando se cuestionan los intereses del capital.

Pagamos un precio muy alto pero los asesinatos de Pedro, Francisco, Romualdo, José y Bienvenido, acribillados a quemarropa al disolver la policía una asamblea obrera, concitaron la solidaridad de medio millón de personas en la huelga general más importante de Euskal Herria, y amplia contestación en el Estado y en el mundo. La reforma franquista sin Franco, que Fraga, actual presidente honorífico del PP, intentaba colocar en Europa, saltó por los aires dejando al descubierto el rostro brutal de la dictadura.

35 años después, el mejor homenaje a nuestros muertos es reconocernos, y ser solidarios, con la lucha que la clase obrera libra en todo el mundo, de manera excepcional en toda la ribera sur del Mediterráneo. En Túnez, Egipto, Libia, Yemen, Bahrein, Jordania, Argelia o Marruecos jóvenes y trabajadores han forjado una alianza para romper las cadenas de dictaduras que están al servicio de los intereses del capitalismo internacional. Su lucha por la libertad, por la justicia, y por el derecho a una vida digna, es nuestra misma lucha y sus muertos son también los nuestros.

En toda Europa conquistas fundamentales para la mayoría de la población están siendo demolidas. La Seguridad Social no asegura medios de subsistencia cuando las personas son incapaces de procurárselos mediante su trabajo. Las pensiones, que debieran permitir a los veteranos terminar dignamente su vida, son socavadas. La educación y la sanidad públicas adelgazan en beneficio de lo privado. Las reformas laborales refuerzan el poder patronal en las empresas. Las fuentes de energía, los bancos y las compañías de seguros están al servicio de unos pocos, y no hay una verdadera democracia económica y social que impida que los poderes económicos y financieros dirijan la economía. El interés particular está por encima del interés general, la desigualdad crece, y el poder del dinero impide el reparto justo de la riqueza creada con el trabajo.

Las democracias, con fachada de legalidad, revelan hoy ante el mundo que consideran más importante garantizar los intereses de las petroleras que el sufrimiento y dolor de millones de personas. La indignación y la ira se extienden, ante la malversación de recursos públicos para sanear la Banca, pero también ante el despilfarro de recursos humanos que supone condenar al paro a millones de personas. Y aunque el miedo atenaza conciencias y debilita voluntades se le puede y se le debe vencer como nos enseñan los trabajadores y jóvenes norteafricanos.

La indignación será la levadura que hará fermentar la masa y obligará a los dirigentes del PSOE a romper con el dictado de banqueros y empresarios, y a los dirigentes de UGT y COOO a dejar de colaborar con políticas antisociales que nos perjudican a todos y especialmente a jóvenes, mujeres e inmigrantes que son los sectores mas precarizados de la sociedad.

Hoy, como ayer, la clase trabajadora esta demostrando su disposición a luchar; en Grecia, Francia, Portugal, Irlanda, Italia, Alemania, y también en el Estado español, pero no hay una dirección que unifique y coordine las respuestas, a pesar de que nuestros intereses como trabajadores son comunes. Los próximos años serán decisivos y elevarán a un primer plano la necesidad de luchar para expropiar los recursos financieros y los principales medios de producción, planificarlos, y ponerlos a disposición de las necesidades de la sociedad. "Porque queremos que se cumpla la voluntad de la Tierra, que da sus frutos para todos" como recitaba García Lorca.

Corren vientos de justicia y de libertad en todo el mundo, también en Euskal Herría. Continuar la lucha será la mejor ofrenda a nuestros muertos, mientras seguimos defendiendo el derecho a recordar, el deber de no olvidar y el fin de la impunidad.