la adolescencia me impidió hacerme cargo de la gravedad del momento porque aquella tarde estaba yo a otras cosas, la verdad, aunque recuerdo la incertidumbre y temor que se vivió en casa o el trasiego que oía de otras preparándose para la mudanza. Otros testimonios más veteranos recrean con dramatismo, solemnidad y hasta un punto épico aquella tarde-noche de siniestra música castrense. Pero a veces la mundana e inmunda realidad de la calle se empeña en desmitificar algunos momentos históricos. Es la que, por ejemplo, vivió el Gran Wyoming, según relata él mismo en un documental que se ha emitido estos días. Estaba el actor en la barra de un bar de barrio cuando de repente en la tele colgada del techo se empezó a ver la atropellada irrupción de Tejero en el Congreso. Se encontraba el Wyoming acompañado del camarero y otro tipo que se afanaba en echar monedas a una de esas máquinas tragaperras de frutas. "¿Y qué coño es eso?", respondió el camarero ante la estupefacta exclamación del comediante de que estaban ante un golpe de Estado. Todavía fue más taxativo el jugador de la tragaperras, quien sin ni siquiera volverse le espetó: "¡Bah, y a mí qué!". La perspectiva permite ahora regodearse en la comicidad a la que se presta la ridícula estampa de un tipo con pintas de Algarrobo, pistola en mano y tricornio en ristre, como el que se perfila en nuestra portada de hoy, y también recordar cómo se vivió el dramático episodio -que puso el vilo a miles de familias- en muchos rincones de la España cañí.
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