HA estallado la paz era el título de una novela referida al final de la Guerra Civil (1936-39). Algo similar, salvando las distancias, podía ser aludido en estos momentos a nuestra vida política, puesto que existe el estallido y hasta el temblor de las mentes.

Sin embargo, sentando unos primeros trazos delimitadores de la situación, formularemos una constatación: el indudable júbilo que nos embarga, puesto que ya no es la esperanza, sino la estricta realidad de tiempos mejores o, si se quiere, superadores de épocas denigrantes. Estamos en las puertas de un nuevo tiempo, en un nuevo país, más venturoso ciertamente.

Sensación jubilosa que no impide la crítica por su tardanza en llegar. Ya en las conversaciones de Argel, el representante de ETA señaló que el tiempo corría en su contra, por lo que se debía llegar a acuerdos. No fue así, como es notorio, y la degradación social fue en paulatino aumento, llegando al paroxismo con aquella ponencia que preconizaba la generalización del sufrimiento. El pensar que nos podíamos haber ahorrado tales horrores es una pesada losa que, sin embargo, no puede impedir la prosecución en el camino abierto hacia la paz.

Debemos también reconocer el mérito de los impulsores de la plataforma de la izquierda abertzale. Con sus máximos líderes todavía en prisión; con un estado de Derecho utilizando todo tipo de armas jurídicas; con una caverna mediática dotada de su beligerancia habitual; con el terrible madrileñismo político, han sido capaces, justo es reconocerlo, de llevar a cabo una reflexión profunda y madura y, por todos los síntomas, sincera. Negar esta realidad es propio de posiciones irreductibles carentes de contenido. Con su pan se lo coman, pero el futuro inmediato les pasará factura.

Puesto que ya siguen oyéndose con reiteración voces del pasado, con los mismos ecos, incluido el estereotipo de la tregua trampa, tan caro a ciertos politicastros. El empecinarse en afirmar que sigue incólume el terrorismo, que ETA está tan amenazante como siempre, etcétera, pueden ser eslóganes con beneficiosos efectos, electorales o de otro tipo, pero su colusión con la realidad es demasiado evidente. En todo caso, la irracionalidad y el infantilismo que destilan estos postulados son síntomas propios de otro tiempo, situaciones que se pretende mantener a ultranza. La campaña mediática al servicio de la caverna se anuncia ya a corto plazo con sus clamores de siempre. Nada nuevo bajo el sol, sólo que ahora la realidad está cambiando, y rápidamente.

Salvemos las voces de venganza de quien ha sufrido mucho porque se les ha asesinado familiares y amigos. ¿Cómo no entender tales resquemores? Y, sin embargo, son muchas las voces también de los que han sembrado, pese a los odios, amplias simientes de reconciliación. El futuro nos dirá si somos capaces de superar la estela de la violencia, para cuyo logro el nuevo partido debe cumplir un objetivo ciertamente esencial para todos: embarcarnos al barco de la paz.

Aboguemos por la normalización de la vida ciudadana vasca con todas las corrientes ideológicas, emergiendo a la superficie y manifestándose abiertamente. La ruptura del binomio los nuestros/los enemigos será también un paso adelante en la auténtica normalización convivencial. El nuevo escenario político está ahí, a la vuelta de la esquina, en la dirección del irresistible avance hacía la convivencia y la democracia. Congratulémonos todos por ello.