DE unos días a esta parte, estamos asistiendo al estallido de protestas populares por todo el mundo árabe y muy especialmente en Egipto, un país que lleva tratando de modernizarse y salir de las dictaduras que le han oprimido desde 1805, proceso que dio comienzo con el desembarco de 38.000 soldados franceses en junio de 1798.

Y es que aunque pueda sonar extraño que una invasión traiga algo medianamente positivo, esta llevó al país los ideales de la revolución y el nacionalismo liberal. Siendo tal su difusión, que cuando los otomanos intentaron restablecer su control en la región, se encontraron enfrente a casi toda la población. Con lo que finalmente un oficial del ejército turco llamado Mehmet Ali, aprovecho la situación para proclamarse rey.

Cabe destacar de su reinado, el intento de industrialización del país llevado acabo con recursos públicos, y que colocó a este como un referente en toda África. Yendo estas acciones desde la creación embalses, al fomento de la agricultura y el proteccionismo en la industria del algodón, culminado todo esto con el canal de Suez en 1869, una infraestructura que a pesar de la riqueza que iba a generar, acabaría trayendo la desgracia a Egipto. En 1875, el pachá acosado por sus deudas de juego decidió malvender sus acciones a un Gobierno de Londres ansioso por asegurarse el control de la ruta más rápida a India. Desgraciadamente para los egipcios esto no apaciguo a los británicos, que decidieron invadir Egipto en 1882. Esto contó con el rechazo de todo el país, que llevo acabo manifestaciones y protestas durante los 40 años que duro la ocupación. Sólo tras ver el fracaso de este imperialismo absurdo los británicos abandonarían el país, poniendo a un rey que no era más que una marioneta. La situación siguió igual con su hijo Faruk, por lo que en 1952 se produjo un golpe de estado que coloco a Nasser como primer ministro, un líder que nada más llegar nacionalizó el canal de Suez, para financiar la construcción de la presa de Asuán. Gran Bretaña, aliada con Francia e Israel decidió invadir el valle del Nilo, hasta que EEUU exigió su retirada. Como resultado Nasser ganó popularidad en todo Oriente Próximo, tanta que incluso logró unir Siria y Egipto seis años después, en un estado que estaría encaminado a lograr la unidad del mundo árabe. Desgraciadamente la Guerra de los siete días puso fin a este prestigio, obligando a Egipto a ceder territorios. Unas regiones que no se recuperarían hasta pasar la guerra del Yom Kipur y la firma de los acuerdos de Camp David, a cambio, eso sí, de comprometerse a ser aliado de Israel y recibir como contraprestación una cantidad anual para el mantenimiento de su ejército, cifra que en los últimos años ha alcanzado los 1.100 millones de euros. Una alianza que unida a la total falta de protección social que sufre el país, ha llevado a un repunte de los Hermanos Musulmanes, una situación que no hubiera sido posible sin la autorización de Mubarak y de la administración Bush, que consideraron oportuna su participación en las instituciones, con el fin de integrar al islamismo en la toma de poderes de Oriente Próximo y posibilitar así una moderación de las posturas más radicales.

Es por esto, que la UE debería alejarse de la política exterior norteamericana en la zona. Y apostar firmemente por una transición democrática en Egipto, que dé respuesta a las graves carencias de la población, poniendo como ejemplo las llevadas a cabo en Europa del sur y del este.