Al nuevo partido en ciernes le hubiera acomodado más la idea de renacer (birsortu, birjaio) o resucitar (biztu, berpiztu) que la idea de nacimiento ex novo (sortu).
Pero se comprende que quiera dar señales de que no se trata de una continuidad de Batasuna. Y no lo es, porque renacer no es continuar, sino un status nuevo que no está al alcance de todas las corrientes políticas. Sólo lo pueden hacer las que tienen anclajes sólidos en el mar de fondo de los problemas centrales irresueltos. Y sí lo es, porque es la enésima nueva sigla que ampara a lo que importa: una corriente sociopolítica histórica, tan real como el Guadiana, a pesar de sus tramos subterráneos (sea por imperativo judicial, sea por un lado opaco).
Hay que felicitarle efusivamente porque ella misma se ha abierto, por fin, el futuro. Y, además, en un momento clave. Harán falta todas las fuerzas para dos cosas: parar la ofensiva centralista que ya va tomando forma dentro y fuera; y abrir el melón del derecho de decisión, si se suman fuerzas distintas en plenitud de apoyo social, y sin los cortocircuitos de las violencias.
La pulcritud y sinceridad de los elementos fundamentales de los estatutos expuestos por Iruin y Etxeberria harían imposible su ilegalización en un Estado de Derecho normal, pero ya se sabe que no es el caso. Como Estado de Derecho, España deja mucho que desear ya que, en estos años, se ha dejado muchos pelos democráticos en la gatera del ejercicio del poder; y lo que es normal, no es. La connivencia entre poder político y sistema judicial (justicia politizada) y entre poderes y medios de comunicación (opinión pública adoctrinada) y una derechona amedrentadora y vengativa (a la que ETA precisamente homologó como fuerza democrática ante la opinión pública española) no dibujan un escenario de democracia regenerativa.
La presentación de parte de los nuevos estatutos de Sortu tiene una gran importancia por muchos motivos. Es la presentación en sociedad del liderazgo irreversible de la izquierda abertzale histórica política sobre el conjunto de la corriente y que incluye la denuncia de hipotéticas acciones futuras de una ETA que ahora ya sabe a lo que se arriesga. Ese liderazgo se presenta con una nueva carga ética (no a la violencia, cooperación y compromiso), un orgullo de corriente que ha aguantado tempestades (perseverancia), una proclama a toda la corriente (renovarse o morir), un nuevo modo de trabajo en equipo (la forma partido sobre la forma asamblearia de lenta gestión y propensa a las manipulaciones carismáticas) y un amago de proyecto. Instala a la corriente en el pensamiento creativo y arriesgado del casi todo por rehacer.
El lenguaje directo, expresivo, de acomodo entre lo que se dice y se piensa deja atrás las formulaciones de sorteo de obstáculos en las que era más importante lo callado que lo expresado. Coloca la pelota en el tejado ajeno, en el Gobierno español. La izquierda abertzale ilegalizada ya ha hecho el deber más importante y más allá de la expectativa de lo que le pedían: desnudarse y comprometerse. Dado el paso, cuanto más se tarde en homologarle más peso social adquirirá por una solidaridad genética que nos afecta a los vascos con nuestros perseguidos.
Era de risa ver el estupor y la rabia de quienes viven de los problemas que no quieren resolver (Basagoiti y UPyD). Además para justificar su propio inmovilismo, le piden a Sortu que entre en cuarentena y se haga el harakiri. Se les va yendo la mejor arma que tenían contra los derechos nacionales vascos y los nacionalismos: la violencia. Y no es cosa de firmeza de principios de la derechona. El revival de la manifestación del domingo pasado en Madrid contra una legalización-trampa recordaba las manifestaciones de la Plaza de Oriente de los estertores del franquismo. Se dibujaba el pánico a la libertad y a los cambios.
Sin duda Iruin y Etxeberria habrán causado algún estupor en algún sector abertzale. Es seguro que habrá alguna oposición interna. Que esto se traduzca en oposición pública, e incluso en que una parte de ETA tome la opción de retar el nuevo proceso con alguna acción, supondría una fractura y una ruptura de la que saldría aun más fuerte el proceso emprendido, como en Irlanda. Además no sería leal. La paciencia de 30 años de unas mayorías internas soportando los experimentos cruentos de la vanguardia, con resultados penosos, reclama aceptar, hecha una prolongada experiencia, el proceso contrario en aras a la unidad. Ahora toca, y para todos, definitivamente la paz y acabar bien (presos, refugiados…) lo que ya solo ha empezado a acabar.
No está todo hecho. Se ha iniciado un camino que ha de recorrer Sortu sola, sin que nadie y menos los jueces puedan reclamársela. Se sobreentiende que constatan la inutilidad de la violencia para lograr objetivos políticos. Se sobreentiende que comprueban la ilegitimación social que ello ha acarreado a modos y maneras de su proyecto político.
Pero le faltan otras asignaturas, al principio al menos, sólo internas: la reflexión sobre la legitimidad (no la utilidad) de la violencia, especialmente desde la Transición (no caben amnesias); la reflexión sobre la tardanza de una generación entera en asumir otra perspectiva; o el inventario de precios que han pagado en mentalidad, comportamientos, silencios, instrumentalización, lenguajes, principios sacrificados… y que ahora han de reconvertir en otra cultura colectiva, para actuar homologadamente en un marco democrático, sui generis sí, pero que desde 1977 ya no era una dictadura.
Posiblemente si se hubieran ya hecho estas reflexiones, en ocasión de la preparación de las próximas alianzas electorales en la CAE y en Navarra, no se hubieran reproducido viejos estilos hegemonistas que miran más por si que por el país. Lo que ahí está a punto de ocurrir no va en la dirección de toda la unidad soberanista (CAE) o vasquista (Navarra) posible, aunque otros (EA, Aralar y PNV) no estén libres de pecado, ni mucho menos. Por esta parte, la coyuntural, una ocasión que se pierde. Por la otra, la estructural, la alegría de un sueño largamente esperado