ANDA estos días el mundo de la moda en el ojo del huracán -otra vez- a cuenta de un reportaje gráfico que se marcó el Vogue francés en su número navideño con niñas, al parecer menores de siete años según The New York Times Magazine, ataviadas con modelos Versace o Yves Saint Laurent, joyas de Bulgari y de Boucheron y tacones de Louboutin y Balmain, por poner. El no va más del lujo en eso de los trapos para vestir a niñas que ni siquiera han llegado a la preadolescencia, escondidas bajo una generosísima y estúpida capa de maquillaje. El asunto ha levantado tal polvareda que la directora de la publicación, uno de los tótems del mundillo al parecer, ha dejado su puesto y el principal anunciante de la revista ha mostrado su mosqueo con el reportaje de marras. La excusa del diseñador Tom Ford, ideólogo del tema, era mostrar a mujeres de todas las edades. Digo yo que una señora de 80 años podrá vestirse como le venga en gana, con tacones de 20 centímetros -si los soporta- o bikini de leopardo, sólo faltaba. Pero no acabo de pillarle el punto a exhibir a niñas de primaria como si fueran dignas aspirantes a asistir a las fiestas de Silvio Berlusconi. Y no me preocupa tanto qué impulsó a la revista a hacer y publicar estas fotografías, que también, como el hecho de que esas niñas tendrán padres que estarán orgullosísimos de lo que han autorizado; como si la infancia no mereciera ser protegida de la jungla de los adultos, como si esas niñas fueran mujeres, que no lo son. Aplicar sistemáticamente los parámetros de los adultos al mundo infantil es peligroso, alguno lo utiliza para justificar delitos...