LOS italianos utilizan con refinada ironía, al referirse a Il Cavaliere, la condenatoria preposición de dopo, o sea, después de Berlusconi. Con este dardo lingüístico, ya dan por muerto al otrora victorioso Silvio Berlusconi. Pero, después de la crispada votación en la Cámara Baja, con chalaneos y hasta agresiones y gritos a favor y en contra del indomable Cavaliere, no cabe preguntarse, una vez más, si esta pírrica victoria por sólo tres votos del inacabable caballero, ¿será el fin del ciclo y del personaje Berlusconi?

Un diario español, siguiendo la estela o el rastro de los editoriales y opiniones de otros diarios italianos, emite en un editorial, Prórroga navideña, este juicio definitivo: "Berlusconi, pese a sus promesas de ampliar su frágil e incoherente coalición de centro derecha, no está en condiciones de conducir con autoridad los asuntos de Italia. Lo impiden la masa crítica del descrédito personal acumulado en los últimos tiempos y la extrema vulnerabilidad parlamentaria de un Gobierno a la defensiva". Por este juicio de opinión y por las alteraciones de orden público en la calle que llegaron a enfrentamientos de una violencia casi incontrolable, ¿se puede pensar que el fin de Berlusconi y de su coalición son ya el final de su carrera política? Más de un observador y comentarista del devenir político en Italia no está tan seguro del dopo Berlusconi.

No hay duda de que Italia ha tenido grandes e influyentes políticos, tanto dentro como fuera del país. Recordamos, entre otros, las figuras de De Gasperi, uno de los forjadores del Mercado Común Europeo; del secretario del Partido Comunista italiano, Enrico Berlinguer, figura admirada y respetada por su gran sentido político y su sabiduría, maestro de equilibrios y de estabilidad; del maquiavélico y lúcido Giulio Andreotti, tan próximo a la mafia como al Papa, pero tan sutil en el manejo de los problemas internos y de exteriores, a quien se le podía preguntar como a otro Richelieu: "Pero, ¿usted es católico o no?". Para recibir, como el renacentista cardenal francés la respuesta: "En Francia (léase en Italia) soy primero católico y después, francés, pero en el exterior soy primero francés (italiano) y después católico". Diferentes maneras de entender la política y sus usos.

Posteriores a estos paradigmas de alta política han venido a la escena política italiana hombres de otro talante y de otra conducta moral, tales como Bettino Craxi. A este primer ministro socialista, después de incontables enredos y malversaciones de todo tipo, le fue levantada la inmunidad parlamentaria y se le incoaron seis procesos distintos por presunta corrupción y encubrimiento. Juzgado y condenado en cuatro ocasiones (1994-1995), pero escapó a la justicia porque vivió en Túnez. Craxi había sido una figura admirada en el Partido Socialista de Italia y hasta se le veneraba como a un maestro del acontecer político. Pero el caso de corrupción de Craxi fue más fuerte o superior que su fama dentro del partido. Ahora, tras 15 años de absoluto ejercicio del poder en beneficio propio, con continuas incomparecencias ante los juzgados, burlador no de Sevilla, sino de Italia y de sus jueces, Il Cavaliere ha sido y sigue siendo el más dotado icono de toda diablura y fina política, el que ha llevado más lejos sus triunfos y ha dejado en la cuneta a políticos como a Giancarlo Fini y a Forza Italia. Cuando necesitó de la Liga Lombarda se unió como un hábil mefistófeles a los lombardos y sus devaneos independentistas, pero cuando no los necesitó, los desechó. Y ahora, los antes bien vistos aliados han sido desprestigiados y arruinados políticamente por los estilos maquiavélicos de Berlusconi. Y los que hasta el martes pasado lo miraban como a un triunfador nato o un campeón, hoy lo detestan y le desean la muerte política.

La fuerza de este Cavaliere no está en su talento y menos aún en su dignidad, sino en su poder mediático, ya que es el dueño de una serie de cadenas de televisión y de periódicos, y en el dinero. Berlusconi lo ha comprado todo: los votos (hasta el día de la moción de censura), los representantes de las instituciones, como los jueces, a los mismos eclesiásticos, con sus mimos o sonrisas hacia el Vaticano, los alcaldes, los banqueros y hasta, se supone, que ha traficado con la mafia. El poder de Il Cavaliere ha sido y lo es, todavía inmenso, casi insostenible, y su destreza para seducir y dominar a sus adversarios de una habilidad sin parangón. Ha apostado y ha ganado siempre y seguirá, tal vez, convencido de que seguirá ganando. Pero, ¿hasta cuándo? Tal vez hasta cuando el Tribunal Constitucional decida este mes si la ley a medida que otorga inmunidad procesal al primer ministro y alguno de sus acólitos es acorde con la ley suprema.

¿Habrá llegado la hora del reemplazo de Il Cavaliere por otro primer ministro que tenga en su conciencia la honestidad como lema? Eso esperan sus adversarios y quizás, Italia.