HE guardado con celo este escupitajo de teletipos del pasado mes de noviembre (podría haber escrito cable, pero el vocablo está reservado a los secretos de Wikileaks, y el utilizado en la primera línea resulta más gráfico) hasta encontrar el momento adecuado para dedicarle unas líneas. Ya ha llegado. Estamos en él, yo escribiéndolo ayer y ustedes leyéndolo hoy. Dice el texto que en Japón ya existen máquinas dispensadoras que te recomiendan la bebida en función del aspecto, la edad, el sexo y la hora del día. Cuentan con un chip de reconocimiento facial para facilitar la deducción y, al parecer, han sido un éxito en el mercado nipón del consumo maquinero. Bien, mírense al espejo e intenten adivinar si tienen cara de cortado, a la crema, con leche, té, chocolate, doble, largo, corto, americano, con avellana o directamente su aspecto actual les acerca a las bebidas gaseosas y ese rizo que cae por la derecha es señal inequívoca de kasnaranja, kaslimón, fanta, chus, mirinda, tónica o llegados a este punto, a estas horas de la noche y después de cenar, esa sonrisa picarona sólo puede suponer jeta de gintonic, ginkas, cubatacacique, cubatabrugal, chupitoballantines, destornillador, wodkatonic... Recapitulemos, señores. No creo que exista máquina alguna capaz de deducir qué queremos beber. No importa la hora, ni el sexo, ni la edad. Sólo importa lo que a uno le apetece cuando entra a un bar: puede ser vino durante el almuerzo en el Manolo, cañón a media tarde en el bar del barrio y lo que caiga cuando llegue la noche. Salud.
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