que los periodistas somos una de las profesiones más vilipendiadas, junto con policías y pilinguis varios -a los que ahora se sumarán también los controladores aéreos-, es algo con lo que ya contábamos. En ocasiones la fama está justificada, no decimos que no, pero otras muchas veces tenemos que pagar esa querencia por matar al mensajero tan arraigada entre políticos que pretenden suplir así sus carencias o su palmaria falta de empatía con la comunicación y que, sin embargo, se deshacen en agasajos al cronista cuando éste le ríe las gracias. Quizás por eso se agradecen de cuando en vez gestos que contribuyen a honrar a la prensa de papel, que atesora una centenaria trayectoria siendo la ventana de la realidad, a pesar de -o gracias a- su insolencia y que sobrevive contra los vientos y mareas del poder y de las nuevas tecnologías. Leíamos anteayer en el New York Post la noticia de una mujer a la que han multado con 100 dólares por tirar un diario a una papelera. En un principio reconforta oír que alguna autoridad competente mire por el prestigio del tabloide que nos acompaña con el café madrugador y que se percate de que el periódico es mucho más que un mero soporte de papel. Sin embargo, leyendo más abajo (¿pero quién lee el segundo párrafo?) nos percatamos de que la agente alegó en su denuncia que la sospechosa había tirado "desperdicios inapropiados" (sic) para una papelera. Todo un jarro de agua fría la explicación de marras, aunque consuela que sea la respuesta propia de un policía, profesión tan poco amiga de la canallesca.
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