salirse por la tangente, arremeter contra el mensajero, denunciar que se trata de una maniobra de la oposición, responder manzanas traigo, aferrarse a un detalle para eludir la mayor, informar de que se ha encargado un estudio para crear una comisión, negar la evidencia y esperar a que escampe, maquillar la evidencia y esperar que cuele, recurrir a la vieja figura del tu quoque -el clásico y tú más- o, siendo más sofisticado, echar mano del ignoratio elenchi; es decir -me lo contaba uno de ellos-, el truco de centrarse en algo que por sí mismo es lógico y válido, pero utilizándolo para apoyar una conclusión que no guarda relación alguna con la cuestión que se planteaba. El listado de artimañas y recursos que usan los políticos para escurrir el bulto o sortear la engorrosa tarea de dar explicaciones sobre su gestión es inagotable. Quienes lo hacen creyéndoselo tendrían que hacérselo mirar, pero los más escépticos -en el mejor sentido de la palabra de origen griego- al menos lo reconocen. El titular de Justicia del Gobierno japonés, Minoru Yanagida, acaba de afirmar que un ministro sólo necesita retener dos frases para contestar a las preguntas parlamentarias: "No puedo comentar casos particulares" y "tratamos este asunto de conformidad con la ley y en función de las pruebas a nuestra disposición". El bueno de Minoru ha tenido que dimitir -no se sabe si por sincero o por gracioso-, pero en realidad sólo se ha limitado a decir en voz alta lo que hacen la mitad -siendo generosos- de los ministros y consejeros del mundo pero sin admitirlo.