Seguro que hoy no lo pierdo, ni me olvido de enchufarlo a la pared para darle alimento, ni se me cae al suelo al intentar responder una llamada con la revista en la otra mano, ni me veo obligado a añadir un nuevo contacto, que así se dice aunque parezca otra cosa, ni tengo que aprender a borrar los cientos de mensajes almacenados quién sabe dónde, ni debo escribir uno con todas sus letras, y hasta acentos, porque soy incapaz de abreviar las palabras, ni tengo que atender a una señorita que intenta por todos los medios que me cambie de compañía porque me va a regalar no sé qué modelo con el que sin duda podré viajar por el espacio de las comunicaciones a lomos de la tecnología más moderna... De verdad que no lo pierdo, ni respondo a la llamada de la óptica que me avisa de que me toca revisión y que las gafas que acaban de llegar son tan fantásticas como baratas, que me conviene un cambio, ni descuelgo al del banco que llama para no decir nada pero mola dejarse oír y así parecer cercano, ni me quedo perplejo cuando la pantalla muestra un número oculto porque no sé en qué consiste ocultarlo ni sé para qué alguien quiere esconderse si no le voy a ver ni hoy ni mañana ni nunca... Les juro que no lo pierdo porque no lo voy a sacar de casa, que ahí se va a quedar el maldito móvil y con él el radar que me deja al descubierto ante el mundo, que si acudo tarde a alguna cita ya me disculparé como siempre se ha hecho, que no importa si no puedo llamar para decir que ya voy porque ya llegaré.