CORRÍA el año 1855 cuando álava se vió afectada por una epidemia de cólera que alcanzó grandes proporciones. En Vitoria, la Junta Municipal de Sanidad, vista la grave situación tomó numerosas medidas. Por un lado obligó a los médicos a que dieran parte de todos los enfermos que visitaban diariamente. Así mismo ordenó que los muertos por dicha enfermedad fueran inhumados a una profundidad mayor de lo habitual y rodeados de depósitos de cal. Por suspuesto, fueron prohibidos los entierros con cuerpo presente. Luego en las casas había que fumigar la habitación donde había estado el enfermo juntamente con todas sus ropas. Los llevaban de noche al cementerio para no ayudar a propagar la enfermedad. Como el Hospital de Santiago no tenía cabida para todos los enfermos se habilitó la plaza de toros (que estaba en la calle Postas) en aquella época, aunque los enfermos también llenaban el Hospicio y el Hospital Militar de la calle Olagibel.
Los pocos médicos que ejercían en la Vitoria de 1855 tuvieron un trabajo ímprobo y los máximos responsables de controlar la epidemia fueron Antonio Tulló, Gerónimo Roure, Miguel Cugarán y José Páramo. Aunque los síntomas del cólera eran perfectamente conocidos en aquella época, entre otros las diarreas, vómitos, fiebre y los dolores abdominales, no había un tratamiento realmente efectivo para combatir esta enfermedad, habiendo diferentes técnicas como extraer sangre, utilizar evacuantes, infusiones de té o valeriana, cataplasmas, lavativas, estricnina, acetato y carbamato amónico, éter, quinina, friegas secas, hielos y opio para vómitos, e incluso sanguijuelas y ventosas.
De los 8.276 alaveses afectados por esta enfermedad del cólera murieron 2.457, casi la tercera parte. Unos años más tarde, en 1884, Robert Koch descrubió la bacteria que producía esta enfermedad y más tarde se creó la vacuna que ayudó a su eliminación junto con la mejora de la higiene, la potabilización de las aguas y los sistemas de saneamiento.
Después de 155 años los métodos han cambiado radicamente en la medicina. Hoy día ademas de estudiar los síntomas del paciente se hacen analíticas de forma sistemática con la sangre, orina, etc. que nos informan sobre numeros aspectos como la glucosa (para saber si tiene diabetes), urea y creatinina (para conocer la situación de los riñones), los minerales como el sodio, potasio, calcio o fósforo, el colesterol, etc.
Por ejemplo, si un cirujano tiene que operar hoy día a un paciente en Santiago o Txagorritxu sería impensable que lo hiciera sin haber realizado previamente las pruebas analíticas correspondientes. Si no las hiciera y el paciente tuviera un percance en la operación, el médico sería inhabilitado inmediatamente.
En la arqueología la situación también era bastante precaria. Por ejemplo, cuando el francés Bruno Meissmer publicaba en 1846 sus investigaciones sobre la legendaria Asiria o cuando otro francés, Henri Mouhot encontró en 1859 las ruinas de Angkor en Camboya, las técnicas arqueológicas se resumían en excavar, con pico y pala, los yacimientos hasta encontrar algo.
Pero en la arqueología, al igual que en la medicina, los años no han pasado en vano y los avances han sido increíbles, fundamentalmente en dos áreas: en la excavación y en los estudios analíticos (algo nuevo que antes no había). Respecto a la excavación, el arqueólogo Dr. Edward Cecil Harris, Director del Bermuda Maritime Museum fue el creador del método Harris matriz, que es el más utilizado hoy día. En dicho método la excavación se debe hacer tomando en cuenta los estratos que se van excavando, ya que muchas veces, es más importante determinar donde se encuentra un objeto que el mismo objeto. Por ejemplo, encontrar un hacha determinada puede ser un hecho importante pero nos puede dar más información saber de qué epoca es dicha hacha. Precisamente Edwar Harris ha realizado un informe avalando el trabajo hecho por el equipo de Eliseo Gil. Por otro lado, los estudios analíticos, impensables hace 155 años, hoy día son el abc de la arqueología. De hecho, se ha creado una disciplina científica que aunque va paralela a ella tiene total autonomía: estamos hablando de la arqueometría. Dicha ciencia utiliza métodos físicos o químicos y a través de ellos determinan las fechas de los objetos encontrados en las excavaciones arqueológicas. Dentro de estos estudios se encuentran la sedimentología, la botánica, la arqueozoologia, la antropología y el exhaustivo estudio de los materiales (trazalogía, petrografía, ceramología…).
Además de estós análisis, gracias al arqueomagnetismo, al radiocarbono, a la termonolumunicencia y a la rehidroxilación, es fácil y barato determinar exactamente de cuándo es un material arqueológico, tanto el soporte (cerámica por ejemplo) como los incisos (escritos realizados).
En el mundo hay muy pocos laboratorios de arqueometría. De hecho en el País Vasco no hay ninguno que realice de forma completa estos análisis, ni tampoco en la UPV. Sin embargo, cuando hace tres años la Diputación Foral de Alava creó una Comisión para esclarecer la veracidad o no de las ostracas encontradas en Iruña Veleia, dicha Comisión no quiso enviar las ostracas más polémicas a estos laboratorios para que nos aclarasen de una forma totalmente científica su veracidad o no, tal como solicitó Eliseo Gil.
Todos los informes elaborados, se basaron en los "síntomas" que ofrecían las ostracas. Como en la medicina, los síntomas son fundamentales para determinar un enfermedad pero sin las analíticas, estamos cojos, y es fácil equivocarse. Tal como decía Henrike Knörr, miembro de la Comisión que falleció antes de que finalizara su trabajo, en primer lugar los arqueólogos debían datar de forma correcta las ostracas y luego vendrían los informes del resto de las disciplinas implicadas (lingüística, historia, etc.). Igual que en Santiago y Txagorritxu, cuando el/la médico, después de ver los resultados de las analíticas, y nunca antes, determina la enfermedad y el tratamiento.