Sabido es que hay tres grandes tipos de violencia, estructural, cultural y física, y que sin erradicar las tres no conseguiremos la paz. Estas tres violencias son de igual importancia y no se debe minusvalorar una en favor de la otra, pues golpean con igual dureza a todos aquellos que las padecen. Sin olvidar que en muchas ocasiones, las violencias estructural y cultural acaban conduciendo a la violencia armada. Pero cierto es, que en determinadas circunstancias y lugares una es mucho más dura que las otras y, por lo tanto, se ponga mayor esfuerzo en eliminar aquella que mayor sufrimiento produce. Por ejemplo, en Haití o en Zimbabue es más urgente reducir la violencia estructural; en India y Pakistán eliminar la cultural; y en Irak, Afganistán o Euskadi acabar con la violencia física. En Euskadi, pues, se trata de empezar por eliminar aquella de las tres violencias que más sufrimiento produce. Y ésta es sin duda la violencia física ejercida contra personas.

Este comentario viene a cuento del anuncio de los dos comunicados de ETA del mes de septiembre pasado en que anunciaba, primero un alto al fuego, y después su disposición a reunirse con mediadores internacionales para buscar una salida al conflicto. Estos comunicados, no pueden desligarse del proceso iniciado unos meses antes por la izquierda abertzale, fruto de un debate interno que la llevó a desvincularse de la lucha armada de ETA.

Tanto los comunicados de la izquierda abertzale como los de ETA se pueden interpretar de maneras diversas y contrapuestas. Desde los que niegan toda credibilidad a estos comunicados debido a las experiencias fracasadas del pasado, como de los que indican que no cubren las expectativas de paz necesarias por no tratarse de una declaración definitiva e irreversible de la violencia armada. Pero también los hay que indican que en esas declaraciones existe un elemento decisivo: la oportunidad de abrir un nuevo proceso de pacificación al conflicto que quizás haga posible el final de la violencia armada. Y añaden, que despreciarlo, inhibirse o no aprovecharlo es, cuando menos, irresponsable.

Desde mi compromiso con el pacifismo como proyecto político. Ante cualquier conflicto violento no tengo la menor duda en afirmar que lo prioritario es "ir a hacer las paces". Así en Euskadi, de momento, se deben poner todos los esfuerzos en acabar con la violencia armada contra las personas. Y sólo después de conseguir ésta, se debe proseguir el trabajo para acabar con el resto de violencias, la cultural que discrimina según el origen, religión o sexo; y la violencia estructural que impide el acceso a satisfacer las necesidades de los desfavorecidos por el sistema en que vivimos.