YO diría que son señales del fin del mundo, esta vez sí; mi madre, que va a nevar (así son las madres, ellas sí que normalizan). Hablaría de ese espectacular ataque de responsabilidad que le ha entrado a la clase política vasca, responsabilidad de los demás claro, pero para qué. Pero ha sido un lunes de esos raros. Después de la burbuja findesemanera -mi conversación más cercana a la actualidad ha versado, creo, sobre qué fecha poner a la quedada de la cuadrilla para la casa rural-, llegas a la redacción y descubres que Felipe González pudo volar a la cúpula de ETA, literal al parecer, pero le dio una repentina ventolera de ética y decidió que no. Todavía recuperándome, no del contenido de la confesión, sino de la confesión en sí -me preguntó si el ex presidente sucumbió a algún suero de la verdad o es que simplemente se ha cansado de ser un jarrón chino más-, asisto entre pasmada e intrigada a la última y televisiva entrevista de Jesús Eguiguren, por cierto, grabada antes de que José Blanco dijera que le iba a pedir que se callara una temporadita. Que, personalmente, en esto de la conflictología yo no me creo nada por principio, pero sólo -por cierto, con tilde, diacrítica según estudié, hay que joderse- imaginar a Blanco y Rubalcaba, por no hablar de López, delante del televisor el domingo por la noche casi que me ha alegrado el lunes. Y no por nada, pero es que la política a veces necesita de estos chascarrillos para ser un poco entretenida. Más que nada porque con lo responsables que son todos, va toda la cosa pública como la seda y esto es un aburrimiento.
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