Ante las afirmaciones erróneas y confusas del artículo del teólogo José Mª Castillo publicado en DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA el pasado 27 de octubre con el título Estado laico y Cristianismo laico, ha de citar: "Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi iglesia; y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella; y a ti te daré las llaves del Reino de los cielos; y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos; y todo lo que desatares en aquella será también desatado en estos." (Mateo 26, 18-19). Por tanto:

Cristo fundó una iglesia con una autoridad monárquica, Pedro; es decir, el Papa. Esa iglesia durará siempre, por mucho que se empeñe el maligno en hacerla desaparecer.

Pedro tiene las llaves del Reino de los cielos, es decir, sólo se salva el que esté en la Iglesia de Pedro. El principio de contradicción afirma que dos cosas contrarias no pueden ser ambas verdaderas, luego sólo hay una verdadera religión: ¿Por qué es la católica? Porque es la única razonable, porque no es hipócrita como el Islam y el Judaísmo (exige buenas obras y asentimiento interior, y no meros rituales y actos de fe), y porque adora al Dios verdadero, uno y trino, que no es ni Alá ni el no Dios del ateísmo budista.

La iglesia de Pedro, a través de los únicos sucesores de los apóstoles, que son los sacerdotes católicos, tiene la custodia de la doctrina de Cristo, que no era profeta, sabio o rebelde marginal, sino Dios mismo. Cristo (Dios) no puede ser tan cruel como para dejar una doctrina sin custodios, pues cada hombre la interpretaría a su entender, y con el tiempo mutaría en las mentes, y al final habría tantas iglesias y cristianismos como cristianos. Así pues, dejó custodios autorizados del depósito de la fe, y los inspiró para que, a pesar de sus debilidades humanas, transmitiesen intacto su tesoro. Prueba viviente de esa inspiración es la milagrosa extensión de la Iglesia por el mundo.

Tema aparte es el de si hoy mantienen esa doctrina. La respuesta es que, desde el Concilio Vaticano II, no. Más todo está escrito: "No vendrá el fin sin que primero haya acontecido la apostasía" (2TES 2,3) y "las puertas del infierno no prevalecerán".