PODRÁ ser considerado suficiente o no, incluso creíble o no; lo que sí es cierto es que este movimiento táctico ejecutado por ETA ha sido anunciado sin contrapartidas políticas y a instancias, seguramente, de una parte de la sociedad civil vasca representada por la izquierda abertzale. Incluso es posible que este comunicado responda a un reconocimiento implícito del fracaso de ETA, de su mensaje, su ideario político y de su incapacidad de movilización social. Pero eso lo dirá el tiempo.

Es posible que este alto el fuego decretado por ETA bajo la fórmula, confusa ciertamente, de suspensión de acciones ofensivas, pueda resultar insuficiente dada la enorme presión mediática a que está sometido este recurrente asunto. Por otro lado, también resultará insuficiente dadas las exigencias mayoritarias de una población excesivamente cansada de declaraciones, negociaciones y treguas incompletas. Pero no es menos cierto también que se está haciendo lo indecible para hacerlo increíble, para restarle legitimidad, para despojarlo de toda veracidad y viabilidad.

Cierto que ETA perdió hace tiempo toda legitimidad como portavoz social. Su discurso está desprestigiado y de ahí que su emisión no obtenga la validez simbólica que pretende referenciar. Por otro lado, no es menos cierto que tantos años de frustración acumulada incapaciten cualquier propuesta en cuanto su credibilidad y ayuden a que el poder político y judicial del Reino de España se haya replegado y se muestre a la defensiva. Los sucesivos fracasos negociadores lo explican, pero también los enormes réditos electorales que la propia ETA ha generado en el seno del centrismo zapaterista y el populismo rajoyano. Todo ello contribuye a enrocarse en una posición inamovible que todavía genera ganancias.

Y es que ETA es siempre un activo electoral del que cuesta desprenderse. ETA y su cosmogonía simbólica son adictivos, incluso para el gobierno que dice querer acabar con ella. Y es que ETA ha contribuido más que Jiménez Losantos a la derechización de buena parte del electorado español. Por eso, el socialismo más reaccionario y el populismo del PP enarbolarán la incredibilidad de ETA por los siglos de los siglos. Más aún, harán de ello bandera y santo y seña de su campaña. Pero el momento actual requiere de un giro copernicano en la gestión del conflicto con ETA y la viabilización del proyecto de la izquierda abertzale.

Este anuncio se produce en un contexto y en un tiempo diferentes. No un tiempo político absolutamente manoseado y perpetuado por la clase política en el que nunca pasa nada, sino un tiempo social diferenciado, el vivido por la población vasca, quien no va poder soportar mucho más tiempo la tensión constante, la polarización política permanente o la división incandescente entre nacionalistas y constitucionalistas sometidos a la costosísima hipoteca ideológica de la violencia política como elemento de confrontación.

La sociedad vasca necesita sosiego y dosis de confianza. Y necesita imaginar y creer en la posibilidad de que es viable la vida cotidiana sin ETA y sin violencia. Este anuncio contribuye a ello pese al insoportable trauma civil que gran parte de la sociedad vasca y su clase política padecen desde hace años y que precisan superar. Más aún, los pasos dados por la izquierda abertzale se encaminan hacia un posicionamiento político diferenciado respecto a tiempos pasados que también contribuyen a un mayor consenso. Y es que todo parece indicar que se abre un escenario posibilista de nuevas acciones y propuestas. Otra cuestión es la credibilidad de todo ello. Y más aún, la posibilidad de que ello se convierta en nuevo objeto político de corto y largo alcance legitimado socialmente.

La validación de agentes internacionales puede contribuir a ello pero es la izquierda abertzale quien debe iniciar el camino de la reaceptación social de su discurso y su legitimación, y ello sólo es posible asumiendo la ruptura definitiva con cualquier planteamiento político que provenga de ETA. De lo contrario, su posicionamiento político seguirá invalidado por el poder político actual y la sociedad vasca.

Pero si analizamos las declaraciones, posicionamientos y valoraciones de los dos partidos mayoritarios, las actuaciones judiciales y el discurso mediático dominante respecto a este alto el fuego y el declarado posicionamiento de la izquierda abertzale ante el nuevo contexto político, se llega a la conclusión de que el Estado y sus aparatos jurídico-políticos están paralizados por el mismo trauma incapacitante que se sospecha que padecen ETA y la izquierda abertzale. Es decir, la imposibilidad de cambiar, de efectuar un giro hacia posiciones políticas que permitan un nuevo escenario de convivencia. Y es que el Estado también debe superar ese duelo que supone abandonar una gestión política del conflicto vasco después de tantos años de violencia, políticas antiterroristas y leyes políticas exclusógenas.

También precisa -el Estado- un proceso terapéutico-político que le permita abordar este nuevo ciclo de manera diferente. El poder judicial, el poder político y los medios más influyentes son rehenes también de su propio pasado, de sus propias dinámicas excluyentes. Porque no es de recibo exigir correcciones, declaraciones, condenas y posicionamientos al contrario sin ofrecer una posición abierta a un nuevo tiempo.

Si a la izquierda abertzale se le exige que condene la violencia -estoy convencido que si ello ocurre, nada cambiará- o si se le exige que santifique su divorcio con ETA en el santuario de Loiola, en buena lógica habrá que exigir a los poderes políticos, judiciales y mediáticos que desbloqueen sus posicionamientos. La derrota de ETA es una derrota que vendrá determinada por la indiferencia social. Pero no se puede actuar de la misma manera contra un grupo político con legítimos derechos de representación. La izquierda abertzale requiere de otro tratamiento político y otra gestión de su integración en las mallas de la representación política.

El Estado también está, al igual que ETA, traumatizado por su pasado, un pasado en el que el fracaso y el resarcimiento ejercen una gran presión sobre su presente. Y eso le impide poner a cero su contador interno. A uno le gustaría ser optimista, quizá más optimista si cabe en este tiempo donde la decepción forma parte de nuestras idas y venidas diarias y donde la obligación de ser feliz por decreto se mezcla con la realidad pura y dura de cada día.