ES lo que se lleva en Euskadi desde hace medio siglo: la paziencia, síntesis del anhelo irrenunciable por la paz y la paciencia infinita que la sociedad vasca ha ejercido para poder conseguirla. La paziencia no es la resignación de la espera, sino la fortaleza para no desesperar. Gracias a nuestra paziencia, Euskadi se ha mantenido en pie frente al peligro de la desmoralización colectiva y frente a quienes han hecho del propósito de la paz un uso particular, incluso un negocio. Paziencia es la experiencia común de un largo e incierto recorrido. Paz sin paciencia nos hubiera conducido a la derrota social y al desastre de la militarización (escenario deseado por ETA), porque ya sabemos que cuando el pueblo pierde la esperanza alguien llama al ejército para que lo salve. Paz y paciencia nos han ahorrado mucho sufrimiento y nos pueden procurar, tal vez ahora sí, un futuro sin muerte y una convivencia plenamente normalizada.

El anuncio del 5 de septiembre en el que ETA presenta su "decisión de no llevar a cabo acciones armadas ofensivas", parece el primer paso del camino final hacia la paz. Así lo percibo yo, que no tengo obligación de rendir culto al escepticismo, esa desidia que está de moda estos días entre políticos y medios de comunicación, como si el talante de sospecha y recelo, aunque justificado en parte por previas frustraciones, tuviera alguna utilidad y fuese un estímulo para la solución del problema.

El mensaje de desconfianza que se está difundiendo a la sociedad ante esta nueva oportunidad es un automatismo mental, una simpleza previsible sin la mínima aportación intelectual. (...) Si frente a las treguas y conversaciones de paz anteriores hubiera prevalecido la suspicacia y no la ilusión, ahora estaríamos mucho más lejos de la paz. La esperanza en aquellas tentativas, más allá de su resultado, no fue infecunda, porque proporcionó sustento moral a la sociedad vasca (que no entiende la teatralidad de los comportamientos públicos) y permitió percibir los denuedos de unos y la mala voluntad de otros. Todo aquello fue un gran ejercicio de paziencia que hoy no debe interrumpirse. ¿Por qué ahora los partidos bloquean la ilusión colectiva y los comentaristas mediáticos desprecian toda expectativa? Si hay un espacio en el que es una obligación ética ser políticamente incorrectos éste es la paz, donde anda ahora la gente principal con el verbo almidonado, con miedo a aventurar su status y a decir todas las verdades. No nos amarguen con su desesperanza y no desaprovechen esta ocasión para adelantar un paso más, por pequeño que sea, hacia la paz en Euskadi.

¿Es que la clase política se ha vacunado contra la frustración o es un exceso de responsabilidad o prudencia mal entendida? No se preocupen tanto de la frustración popular, porque la sociedad es más fuerte y, por supuesto, más contenida que sus dirigentes frente a la catástrofe ética y democrática del terrorismo y el proyecto totalitario que lo acompaña. La sociedad vasca asume el desengaño como parte del riesgo de mojarse por la paz y desprecia la inacción y la desidia. La gente no sólo no sanciona a los partidos que procuran aproximarnos a la paz, sino que los premia con su voto, como quedó demostrado en las elecciones generales de 2008, que ganó Zapatero incluso en Euskadi, a pesar del fracaso de Loyola, como premió a la coalición de PNV y EA en las autonómicas de 2001 tras el fiasco de Lizarra-Garazi. La paziencia es un valor político estimable que consiste en dejarse la piel en cada intento, una gran osadía, y perseverar en el objetivo una y otra vez, superando las decepciones acumuladas.

No digo que la ingenuidad y la credulidad sean el método de análisis y la estrategia política más convenientes. (...) Lo que manifiesto es que la actividad política actual está condicionada por el tacticismo y la visión de corto alcance, lo que determina una actitud de reserva ante los problemas de fondo y una merma de iniciativas que en otro tiempo hubieran sido posibles. Y lo que es peor: se confunde el merecido reproche moral a la izquierda abertzale (su ilegalización y su pérdida de interlocución) con la negación al pueblo vasco de su responsabilidad para afrontar nuevos desafíos en busca de una solución definitiva. En este punto la política es hoy puro cálculo.

La unanimidad es el cáncer de la democracia. Es inconcebible que todos los partidos hayan entonado la misma voz en la masa coral de las valoraciones de este último alto el fuego de ETA. ¿Por qué esa obstinación en el análisis de las palabras, que son la anécdota de este suceso? Quizás sucede así porque los diagnósticos políticos los hacen no los partidos, sino los medios (que sobrevaloran el lenguaje) corrompiendo las percepciones públicas y dislocando los liderazgos sociales. (...)

No sólo están en juego en este desafío la vida y la seguridad de muchas personas, así como la armonía democrática de nuestra plural sociedad. Hay un caudal de fraudes que arrastraría al vertedero de la historia el logro de la paz: la industria de la protección y los escoltas, el discurso partidista y la sobreactuación emocional sobre las víctimas, la perversión del lenguaje, la culpabilización a los nacionalistas, la casta de los solemnes analistas mediáticos, las coartadas que impiden el avance del autogobierno, los complejos de superioridad e inferioridad, la imagen negativa de los vascos en el mundo y el negocio general de la violencia, desde la superabundancia policial hasta los pluses corporativos de peligrosidad, entre otras patrañas que el drama terrorista nos ha suministrado a los ciudadanos todo este tiempo. Solo por la liquidación de esta basura merece la pena intentarlo una vez más. Con paziencia.