el Gran Houdini empezó su carrera como mago con juegos de cartas, en una época de apogeo de espiritistas que invocaban a los difuntos mientras permanecían atados para evitar sospechas de fraude. El entonces joven y ávido ilusionista judío no tardó en averiguar que los pretendidos médiums se liberaban secretamente para manipular los efectos ópticos de la escena, pero a partir de ahí descubrió que la magia no estaba en los ridículos fantasmas, sino en el arte de escaparse como un número en sí mismo. E hizo de ello su modus vivendi. La apertura del Magialdia de Gasteiz estuvo el lunes presidida por otro número de escapismo. Mintxo Cemillán dibujó con su mágica tiza en el suelo de la plaza de la Virgen Blanca cuatro personajes y una jubilosa niña que se escaparon con el monumento a la batalla de Vitoria en brazos. ¡Se lo llevan!, tituló en portada este diario, recogiendo una exclamación que para algunos era de susto, pero que para otros muchos fue de indisimulado regocijo por ver desaparecer por fin del centro de la plaza el mamotreto levantado para mayor gloria de las fuerzas de la reacción contra las ideas de la Ilustración. Por un mágico momento, Vitoria era liberada de las ataduras de rancios espíritus como el Duque de Wellington o su antecesor Canciller de Ayala. La retirada del monumento fue un efecto óptico, pero el truco estaba en la ilusión del escapismo y en el simbolismo de la purga. Cuentan que al final de su carrera, el mítico maestro escapista se dedicó a ser azote de los fraudulentos espiritistas y a reivindicar el arte de liberarse de las ataduras.