Acabo de enterarme de que la Armada española, no la invencible, cuenta con cuatro submarinos, todos ellos de la clase Agosta: los S-71, S-72, S-73 y, sí, lo han adivinado, S-74. Al parecer, están bastante destartalados, aunque el Ministerio de Defensa espera recibir pronto los nuevos S-80, que, dado el cambio de decena, serán sin duda mejores y, por tanto, la patria quedará a salvo. Uno de ellos, el 72, apellidado Siroco, tiene que pasar por el taller, y los talleres de submarinos también salen caros: dejarlo niquelado va a suponer un desembolso de 25 millones. ¿Mucho dinero? Claro, por eso el plan es vendérselo, después de pasar la ITV, a algún país necesitado de flota de segunda mano, como Tailandia, y hacer así un poco de caja en estos tiempos de recortes presupuestarios. El Ejército, sin embargo, no las tiene todas consigo; duda de que se cumplan los plazos de entrega de las versiones 80, que ya llevan retraso, y advierte de que España limita con dos mares, por lo que necesita tener dos submarinos operativos a la vez. Atención: si dos mares, dos submarinos, ¿para qué mas, entonces? Seguro que no dicen toda la verdad. Hacen falta cuatro, reconózcanlo: uno en el Atlántico, por si atacan las tribus de las Azores; otro en el Mediterráneo, dada la ferocidad de corsos y sardos; el tercero en aguas del Cantábrico, por si la pérfida Albión intenta recuperar parte del imperio perdido; y otro en la zona de Gibraltar, por supuesto, para reconquistar el peñón, vigilar las colonias y mantener viva la llama española en Perejil.
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