la ha montado buena un pastor de una desconocida iglesia estadounidense para evitar que la comunidad islámica de Nueva York instale una mezquita a dos manzanas del epicentro de las ruinas de lo que en su día fueron las torres del World Trade Center. El tal Terry Jones, hombre de Dios y de mazo, se empeñó en que el mismísimo Barack Obama le escuchara, en nombre del Altísimo, y pusiera fin a lo que consideraba una provocación contra la sociedad norteamericana, que a su juicio debe de ser tan sólo la que componen los cristianos que residen en Estados Unidos. Como nadie le hacía caso, que es lo que suele suceder -o debería- con este tipo de chalados, no se le ocurrió otra cosa al amigo que amenazar con quemar el Corán en público. De habérselo contado a sus compañeros del psiquiátrico, la cosa se habría quedado ahí, pero como resulta que algunos medios de comunicación viven de generar problemas en lugar de contar los muchos que ya existen, pasó lo que tenía que pasar. No son tampoco los otros, los que rezan mirando a La Meca, demasiado amigos de que se hagan bromas con su iconografía. Así que la respuesta, se supone que en nombre de Alá, consistió en echar a la hoguera Biblias, banderas americanas y todo lo que oliese a occidente. Es lo que tienen los fanatismos que se esconden tras las religiones, que al final se menta a los dioses mientras se blande la espada y se confunden churras con merinas. Lo peor de todo es que al tal Jones le han salido cientos de seguidores en su país. Buena campaña de marketing.