Los pasillos más influyentes de la Asamblea Nacional han sido presa de un humanitarismo crítico, cuya bandera golpea la imagen de la Unión Europea.

Salvar la vida de Sakineh Mohammadi Ashtiani se ha convertido en una vendetta pasional contra el Gobierno iraní, uno de los arietes más mediáticos contra los derechos fundamentales.

Esta nueva lucha por el honor ha puesto en cuestión la efectividad de las 27 cabezas que reposan en Bruselas, ridiculizando su compromiso real con los oprimidos del mundo. Por desgracia, Francia ha tenido demasiadas oportunidades para actuar contra situaciones injustas y denigrantes, pero ha preferido callarse o llevar una iniciativa poco menos que sombría; la crisis inacabada de Costa de Marfil es un buen ejemplo.

Vestido el Elíseo con la túnica carnavalesca de la libertad, llegó a contar en su fiesta nacional con unos invitados de honor, cuya presencia provocó no pocas protestas. Esas críticas procedían de exiliados que como Sakineh no se sienten muy seguros en los lugares donde sus excelencias tienen el poder. Se trató en definitiva de un puñado selecto de Estados fallidos (Chad, República Centroafricana, Burkina Faso, Mauritania, Togo?) para los que no se pidió sanción o condena alguna, aun cuando los derechos básicos no gozan de gran popularidad entre sus Gobiernos.

Jugar abiertamente la baza de la solidaridad en unos casos y callar en otros es un pecado del que nadie está libre; sería una gran hipocresía escandalizarse por esta actitud. Otra cosa es usar la maltrecha imagen exterior de la Unión Europea, como dejó bien patente la frustrada reunión con Obama, para enfrentarse al tigre de papel persa.

Deseamos de todo corazón que esta pequeña mezquindad sirva para salvar la vida de una mujer inocente, pero da la sensación de que este nuevo emperador desea lavar una imagen empañada. Tras su particular derrota de Sedán, es decir, tras los desastrosos rescates en Somalia y Malí, pocas dudas quedan de ello, recibir los cuerpos sin vida de rehenes franceses es todo un problema.