Las negociaciones de paz entre Palestina e Israel en la "era Obama" buscan poner punto final a un conflicto histórico desde el reconocimiento mutuo, pero el nuevo intento parte con palos en las ruedas de ambos

"Tenemos la oportunidad de poner punto final a este conflicto". Con esta solemnidad lanzó la secretaria de Estado de EEUU, Hillary Clinton, la apertura de las negociaciones de paz entre israelíes y palestinos en la era Obama tras el encuentro que el presidente estadounidense mantuvo ayer en Washington con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. El enésimo intento de lograr una paz duradera y justa en el histórico conflicto de Oriente Medio tras cinco fracasos en las últimas dos décadas -desde Camp David a Oslo o la Hoja de Ruta- parte con similares lastres de partida que los procesos anteriores: el desequilibrio de fuerzas entre las partes negociadoras y las fuertes resistencias internas entre integristas de uno y otro bando al reconocimiento mutuo. Mientras Israel mantiene una evidente supremacía militar y el apoyo indisimulado de EEUU, la causa palestina se presenta debilitada por la división interna, su territorio convertido en un gran campo de concentración tras el muro de la vergüenza, con un creciente auge del fanatismo religioso y el abandono de la comunidad internacional, incapaz de hacer cumplir las resoluciones de la ONU. A ello se suman las posiciones ortodoxas hebreas y su arraigada mentalidad de acabar con el enemigo -que vigilan de cerca a Netanyahu- y la ofensiva de la emergente fuerza fundamentalista de Hamás, que de víspera intentó boicotear la cumbre con más violencia contra los colonos de los territorios ocupados para estrechar el margen de Abbas. En ese contexto, la salida de la creación de un Estado palestino parece una quimera y, ante la amenaza, Israel lo reduce a una autonomía tutelada militarmente y controlada económicamente, sin cejar en su política de colonización. No obstante, Obama se juega una baza política internacional clave para su mandato y tanto Israel como Palestina saben que el mantenimiento permanente del conflicto, con sus consecuencias humanas, sociales, económicas y culturales, lastra el futuro de ambos pueblos. Netanyahu y Abbas abrieron ayer el diálogo al menos con el reconocimiento de que la solución sólo será posible a partir de concesiones mutuas. Pero las razones para el optimismo son a día de hoy las menos.