LOS próximos 18 y 19 de septiembre celebramos en Viana el inicio del Congreso de Historia en torno a la conquista de 1512. En apenas dos años se cumple el quinto centenario de la conquista de Navarra, con el fin de la independencia vasca al sur de los Pirineos, y en definitiva del único Estado que hemos tenido los vascos en la historia.
Al referirse a los palestinos, encerrados en su ghetto de muros y olvidos, Carles Guerra los describe empeñados en fotografiar y guardar las imágenes de "los edificios en ruinas que dejan tras de sí los bombardeos israelíes sobre Palestina". Hay algo obsesivo en ese afán de registrar y conservar el escenario de sus derrotas, esa interminable colección de escombros.
El sentido de esta tarea es una lección de supervivencia, sacada del escarmiento de tantos años de presión israelí. Por un lado, deben preservar la prueba de la violencia que han sufrido, el documento gráfico del castigo, porque, como señala Guerra, "la evidencia de la destrucción también puede ser destruida". En un segundo plano, porque mientras permanezca esa evidencia de la destrucción, el pueblo palestino seguirá existiendo. "Para los palestinos que carecen de Estado, la fotografía sigue siendo un territorio en el que su ciudadanía aún no ha sido suspendida".
En esas calles destripadas siguen siendo un sujeto real; un sujeto tan presente que ha tenido que ser destrozado hasta la última casa para ser vencido. Se podrían citar otros casos, Mathaussen, el ghetto de Varsovia para los judíos, pero el argumento es el mismo. Esta reflexión debería hacernos pensar a otros pueblos que hemos soportado siglos de violencia y dominación. Probablemente más de uno despreciará estas ideas cuando las aplicamos a nuestra sociedad, en apariencia tan poco mutilada, tan hermosa, tan próspera. No nos vamos a comparar con los palestinos. Y sin embargo ya estamos en la fase de suspensión de la ciudadanía; en la misma negación de nuestra existencia; y por supuesto, desde hace mucho, en la destrucción de la evidencia de la destrucción. Euskal Herria no existe; es un invento nacionalista. Navarra nada tiene que ver con el pueblo vasco. No fuimos conquistados, sino incorporados, sin guerra ni invasión, a través de pactos y entregas voluntarias...
Casualidad o paradoja, cuando Guerra relata estas experiencias, recurre a un ejemplo que nos atañe. Nos cita. Pone el caso del Gernika de Picasso como modelo de esa evidencia de la destrucción que puede ser neutralizada: "un monumento nacional expropiado". Lo que era una prueba de la violencia hispana, que debería cumplir su cometido en Gernika, como lo concibió el propio pintor, se encuentra secuestrado en un museo español, reducido al mero papel estético de obra de arte. Despojado de su significado. Y nadie se escandaliza ni pone el grito en el cielo.
Lo grave de todo esto es que nos vemos envueltos en una dialéctica cotidiana y desigual con quienes nos han dominado, una pelea simbólica -entre otros aspectos- para seguir existiendo. Y nos desarmamos. Nos han vapuleado y demolido durante siglos, como a los palestinos, pero en vez de denunciarlo y exigir de las ruinas nuestros derechos, parecemos complacidos en olvidar. No importa lo que nos hayan hecho; cada día hemos de empezar de cero.
Frente a esta desmemoria suicida se hace necesario recomponer el mapa de la memoria de nuestro pueblo; no sólo la del 36, Gernika, Sartaguda, Intxortak, Bilbao... También Amaiur, el euskera, Noain, Orreaga, Gasteiz, la batalla de Hondarribia... La conquista de 1512, la Sonsierra en 1462, la Navarra occidental en 1200. La plaza del Castillo, Iruñea-Veleia, Praileaitz. Todos los lugares de memoria de nuestro pasado, físicos o inmateriales, son imprescindibles para saber quiénes somos, dónde, cuándo fuimos, si queremos seguir siéndolo.
Empezar de cero cada día supone ceder el terreno de la identidad y la existencia, como cheque en blanco, al contrario. El congreso de historiadores de Viana es un ejercicio de memoria colectiva que debería extenderse a toda la sociedad civil, al debate público en medios de comunicación, a todo el sistema educativo, porque nos jugamos el futuro en ello.