AGOSTO no es un mes proclive a grandes efemérides, como si los grandes acontecimientos supieran de nuestros ritmos y dejasen todo su protagonismo para el resto del año. Semejante irrealidad viene corroborada por el doble aniversario que nos trae al recuerdo a la comunidad de Taizé con su doble celebración; el 19 de agosto se celebrará el 70º aniversario de su creación y el día 15, se cumplirán cinco años del asesinato de su fundador, el nonagenario hermano Roger.

Si hubiese que resumir qué es el fenómeno Taizé, habría que identificarlo como un lugar en el que las barreras humanas han sido abatidas por la acogida. Ni los idiomas, ni la religión ni las ideas sociopolíticas tienen predicamento alguno en este gran foro de convivencia que actúa como una isla de acogida en un mundo cada vez más interconectado pero, a la vez, con tanta incomunicación.

La comunidad ecuménica de Taizé fue fundada por Roger Schutz, a la vera del pueblecito borgoñés que da nombre a la comunidad. En plena Segunda Guerra Mundial, aquel muchacho de 25 años se cuestionó qué responsabilidad cabía a los cristianos, divididos en la tragedia que entonces desangraba al mundo. Intuyó que si los cristianos estaban unidos, habría menos posibilidades de que una guerra similar se repitiera. Compró una casa abandonada a pocos kilómetros de Cluny, sin imaginarse que algunos años después, aquél lugar abandonado atraería a miles de jóvenes y no tan jóvenes de todas las partes del mundo, sin distinción alguna, hasta el punto de convertirse en "esa pequeña primavera", como la llamaba Juan XXIII.

En aquellos años de plomo y abominación, muy pocos escucharon el mensaje troncal del hermano Roger: "La vocación de cada persona es vivir para amar", la que la llevó a la práctica desde el primer día de manera tan singular, empezando por albergar judíos que intentaban salir de la Francia ocupada por los nazis para dirigirse a Suiza. Y mientras los gobiernos europeos y norteamericano estaban enfrascados en aquél peligroso pulso de la plena Guerra Fría, fueron muchos hermanos de Taizé los que se prestaron a confortar y ayudar a los cristianos de Europa del Este, a riesgo de sus propias vidas.

Poco a poco, aquél movimiento se fue consolidando gracias al carisma personal del hermano Roger y a las celebraciones vivas y llenas de sentido de Taizé; a partir del Concilio Vaticano II es cuando toma fuerza hasta llegar al actual flujo de miles de personas que pasan por allí cada semana para compartir una experiencia de vida, de humanidad profunda en la que cabe la oración, la reflexión y el trabajo común. Espiritualidad y solidaridad a raudales, hasta convertirse en un signo mundial de reconciliación en un tiempo en que los humanos estamos profundamente divididos por tantas cosas. Todo un ejemplo de lo que lograron el hermano Roger y sus seguidores, es que han sido los primeros en lograr que la anhelada unidad de los cristianos se diese en Taizé.

Si la palabra que mejor define a Taizé es "comunión", no es porque allí carezcan de los conflictos inherentes al ser humano sino porque, a pesar de ellos, sobresale la voluntad de acercarse al corazón del hermano desde la más profunda solidaridad al estilo evangélico. Allí no existen barreras entre Iglesias ni maneras de pensar, formándose comunidades de oración de los diversos credos mientras irradian una presencia de amor que les une y se vuelca en el servicio a los más pobres y débiles, con los moribundos, los niños abandonados de aquí y de América latina.

Estos dos aniversarios suponen un aldabonazo a las conciencias de quienes en tantas ocasiones pensamos que es imposible un espacio de bondad y confianza así en un mundo mercantilizado como el nuestro. Taizé nos propone el retorno al espíritu de las Bienaventuranzas que permita a la Iglesia ser fermento y no un poder, según el espíritu ecuménico de su fundador: "Dios no creó ni el miedo ni la inquietud, Dios no puede sino darnos su amor". Un buen resumen de este carismático hombre que desde 1940 alentaba la comunidad de Taizé a base de oración y de la experiencia comunitaria de compartir por encima de cualquier otra barrera y que, aun así, murió violentamente.

Allí la vida no será más fácil, ciertamente que no; pero el centenar de hermanos que han aunado esfuerzos por irradiar un mundo mejor lo están consiguiendo viviendo su día a día conforme a las enseñanzas de Jesucristo, hasta convertirlo en un auténtico modelo contracultural.