USTED es un ciudadano normal. Quiere decirse que su forma de vida no interfiere más de la cuenta en la de los demás, y además procura usted no llamar demasiado la atención. Puede que tenga hijos. Si es así, se ocupará de ellos y si además tiene un empleo hará su trabajo lo mejor que sepa. También procura divertirse con algunas actividades de ocio y además tiene alguna afición privada que no daña a nadie y a usted le agrada bastante. Por lo demás, usted es respetuoso con las autoridades civiles; lejos de ser un delincuente, procura cumplir con todas las obligaciones establecidas por la ley, algunas de las cuales tal vez no le parezcan correctas, pero usted las cumple de cualquier modo. Nadie pensará que usted merecería estar en la cárcel llevando una vida de este estilo, ¿verdad?
Bueno, hay algunas cosas más. Usted es una persona de fe, es decir que profesa una religión. Sus creencias están fundamentalmente en la línea de todas las religiones, es decir que hablan de amor al prójimo, justicia, templanza, servicio, desprendimiento, oración, etc. Además, su religión hace mucho hincapié en la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres, en la educación, en la abolición de los prejuicios raciales, en el espíritu de hermandad entre los seguidores de todas las religiones, en la libre e independiente investigación de la verdad, en la armonía entre la fe y la ciencia, en la unidad del género humano, en la paz universal? Consecuentemente, usted dedica una parte importante de su tiempo a la educación espiritual de los niños y adolescentes, al estudio de los escritos sagrados de su religión, a la oración individual y comunitaria, a la enseñanza de los principios de su fe a todos aquellos que estén interesados y a labores de servicio altruista que repercutan en una mejora del bienestar colectivo de la sociedad en general. ¿Habrá alguien que desee verlo en la cárcel por esto?
En Irán las cosas son de otra manera. Que se lo pregunten a Fariba Kamalabadi, Jamaloddin Khanjani, Afif Naeimi, Saeid Rezaie, Mahvash Sabet, Behrouz Tavakkoli y Vahid Tizfahm. Estos siete amigos, cinco hombres y dos mujeres de mediana edad, tan normales como usted y como yo, han sido condenados la semana pasada a veinte años de cárcel cada uno por el simple hecho de profesar la Fe Bahá"í, la más numerosa de las religiones minoritarias de Irán, si bien está extendida por los cinco continentes con más de seis millones de creyentes. Fueron detenidos hace dos años y encarcelados en la prisión de Evin en Teherán. Las acusaciones no se las cree nadie, ni dentro, ni fuera de Irán: espionaje al servicio de Israel, actividades propagandísticas contra el régimen islámico, diseminación de enseñanzas corruptas. Lo cierto es que las autoridades de Irán llevan más de treinta años desplegando planes sistemáticos (están sobradamente documentados y denunciados ante organismos internacionales) para acabar con la Fe Bahá"í. La difamación y el urdimiento de mentiras, como en este caso, son procedimientos usuales, pero su estrategia va mucho más allá. En ocasiones han recurrido a matarlos (más de doscientos bahá"ís han sido ejecutados o asesinados desde el triunfo de la revolución islámica); otras veces son sometidos a detenciones, torturas y encarcelamientos; los niños son acosados en las escuelas; tienen prohibido el ingreso en la universidad, no pueden acceder a la función pública y se les niegan prestaciones sociales; se les han confiscado negocios y propiedades... Pese a todo, los bahá"í de Irán continúan sirviendo a la sociedad a la que pertenecen y se muestran leales a las ordenanzas gubernamentales en todo lo que no les obligue a renunciar a sus creencias más profundas. Esto les ha hecho ganar la simpatía de la mayor parte de sus conciudadanos, que se muestran perplejos ante la persecución a la que se ven sometidos y les expresan cada vez de forma más abierta su solidaridad.
También fuera de Irán este atropello ha suscitado numerosas reacciones. Así, el presidente del Parlamento Europeo, los gobiernos de Alemania, Australia, Canadá, EEUU o Reino Unido y organizaciones como Amnesty International o Human Rights Watch están reclamando la anulación del juicio y la puesta en libertad de los condenados en aras del respeto a la libertad religiosa. ¿Será suficiente para que el gobierno de Ahmadineyad se sienta concernido? Sea como fuere, entiendo que la eficacia de una campaña de apoyo solidario como ésta no se mide sólo en virtud de que los condenados sean o no liberados. La concienzación de la población de los países donde esas cosas no ocurren también me parece un objetivo importante. En la medida en que se generalice una actitud reacia a las persecución de las personas por razón de sus creencias, se aminorarán las posturas discriminatorias hacia todo aquello que se percibe como diferente incluso en nuestra sociedad occidental, donde a veces parece que la diversidad en todos los sentidos está admitida y tolerada. Hay una importante diferencia entre la tolerancia y la justicia. Cuando toleramos a alguien parece que estamos perdonándole la vida. Eso es en rigor lo que ha hecho el tribunal que ha condenado a los siete amigos de Irán: el fiscal pedía la pena de muerte y en su lugar han consentido en que vivan recluidos en una celda. Vale la pena que nos preguntemos cuántas personas en nuestra sociedad también viven en cierto modo recluidas. Aceptamos que tienen derecho a ser como son, pero tememos que su influjo pueda alterar en algo la manera en que tenemos amueblada nuestra vida, pretendiendo vanamente que nuestra mentalidad colectiva permanezca asentada como un inmueble. Ésta es en mi opinión la verdadera crisis inmobiliaria que vamos a padecer, de la que la actual, la de las hipotecas, no es más que un preludio, una metáfora. Si en lugar de limitarnos a tolerar a los que acampan en la periferia de nuestro marco mental, intentáramos tratarlos con justicia, veríamos que sus aportaciones valen más de lo que queríamos creer y que el valor de nuestras inconmovibles creencias merece ser revisado.
La sociedad iraní va muy por delante de su gobierno en este proceso. La imagen que se nos proyecta de aquel país, el fundamentalismo, el fanatismo, son el reflejo de un régimen político que sólo parcialmente es compartido por la población de aquel país. Aunque no haya habido protestas callejeras por el encarcelamiento, cada vez más iraníes desaprueban este tipo de medidas y sus propios vecinos se preguntan qué puede haber tan malo en ser bahá"í como para alejar a los hijos de Fariba y Mahvash de sus madres y de sus padres a los hijos de Jamaloddin, Afif, Saeid, Behrouz y Vahid. Son gentes que van perdiendo el miedo y se van desprendiendo de los estrechos conceptos inculcados por el régimen que ha ejerciendo el poder durante las últimas tres décadas. Afortunadamente, el futuro de Irán depende más de ellas que de los agentes de su gobierno. Son ya muchos sus compatriotas que, separando el grano de la paja, entienden que su religión no debe ser un motivo de conflicto pese a las incitaciones de los políticos y los imanes más recalcitrantes, y que buscan en el Corán la guía de discernimiento. "Juran por Alá que son, sí, de los vuestros, pero no lo son, sino que son gente que tiene miedo" (9:56). Los opresores siempre tienen miedo. "No tendréis miedo ni estaréis tristes"(6:48). Nuestros siete amigos no tienen miedo, ni están tristes. Ellos tienen el sosiego y la alegría que proporciona una vida cargada de sentido.