lA televisión constituye uno de los grandes medios con los que cuenta la comunicación política para hacer llegar los mensajes a los públicos y para mejorar el posicionamiento de una acción de gobierno, de un político o de una institución. La relación de la televisión con los políticos y los partidos es contradictoria. Puede ser, efectivamente, un gran instrumento para introducir mensajes y construir imagen, pero al mismo tiempo su acción como medio de información puede provocar que los ciudadanos condenen una acción de gobierno o destruyan su visión positiva de determinado político y de una institución.
Evidentemente también puede servir para posicionar a unos políticos en contra de otros o para inyectar en la opinión pública aquel mensaje que más se adecue a los designios inescrutables de quienes se posicionan en contra de lo que dicta la razón. Un ejemplo claro lo tenemos en el caso de Tomás Gómez, candidato por el Partido Socialista a la Presidencia de la Comunidad de Madrid; hasta hace pocas fechas, en las que el presidente del Gobierno y secretario general de su partido, Rodríguez Zapatero, afirmó que Gómez era "bueno" pero que la ministra Trinidad Jiménez era "buenísima" para el mismo puesto.
Todas las televisiones se hicieron eco de una presunta encuesta en la que la ministra de Sanidad ganaba por goleada a Gómez entre los encuestados. Datos que nadie conoce porque no se han visto. El problema surge con la siguiente pregunta: ¿y qué dice la encuesta respecto al posicionamiento de Trinidad Jiménez con Esperanza Aguirre, la actual presidenta?
El acto crucial de las primarias huele a democracia al más alto nivel; algo que debería ser consustancial a cualquier ideología democrática, pero cuyos representantes huyen despavoridos cuando de éstas se habla.
Pero el chivo expiatorio, o sea Tomás Gómez, ha salido rana y ha decidido tirar por la calle de en medio; acto de valentía de quien se cree capacitado y legitimado, pero a quien el aparato del partido ha intentado desbancar por las bravas. La jugada de los medios de comunicación no parece haberle salido bien a los estrategas de Ferraz, quienes deberán hacer encaje de bolillos para aclarar los números de la supuesta encuesta.
Las primarias no son el problema, ni en Madrid ni en cualquier otro lugar, ni tampoco la ideología; el problema está en las diferentes familias que quieren mantener su estatus, aunque sea a costa de volver a perder otras elecciones más; y ojo con las próximas, porque la crisis golpea con virulencia a los gobiernos en ejercicio.
Francisco Roldán