Hace unos días me contaba por e-mail un amigo que un matrimonio viajaba en su limusina cuando vieron en la orilla de la carretera echada a una familia, los padres y tres hijos, que comían con avidez las polvorientas y resecas hierbas que encontraban. Indignados, se apearon y después de un breve diálogo se los llevaron a su espléndida mansión. Ya en ella, la dama, mostrándoles el extenso y bien cuidado jardín y con voz angelical contemplando la beatífica sonrisa de su esposo les dijo: ¿Veis lo bien tupido, fresco y verde que está el césped? Pues bien, comed todo lo que se os antoje de él y no paséis nunca más hambre. Seguidamente, cogidos de la mano, entraron en su palacio con la conciencia tranquila, pues habían hecho la obra buena del día.

Tal maridaje lo hemos comprobado en la gestión de la jerarquía de la Iglesia católica y el Gobierno español en la excarcelación de disidentes cubanos. Y , por supuesto, les han puesto a Fidel, Raúl y compañía como auténticos señores, cuasi demócratas. Cuando en realidad lo que han conseguido es sacarlos de una cárcel y meterlos en otra. Porque, ¿qué es, si no, enviarlos a España a miles de kilómetros de sus familias, de su gente, de su entorno, sin siquiera haberles consultado? ¿Es que existe alguna diferencia entre los presos de Guantánamo venidos a España y los de La Habana? Los perdonados por Fidel no pueden salir de este país y con la seguridad de que sus conferencias telefónicas serán controladas. Al igual que los aristócratas del e-mail, en este caso también han actuado con sadismo, con estupidez o ambas a la vez, produciéndome una inmensa vergüenza.