el viejo e infatigable vecino de El Campanario ha dado el salto y se ha escapado como Celedón al final de las fiestas. La asamblea de jubiletas deambula sin líder, como los arquitectos de Babel tras el yavehtazo. Algunos respiran relajados al saber que no recibirán en lo sucesivo los golpes de fusta con que los acariciaba desde su Campanario, y otros disfrutan por fin del trocito de barra que acaparaba con su libro.
Encima de una nube estará leyendo como siempre y poniendo cara de pocos amigos a quien ose interrumpirle, sea Dios, Lucifer o el Espíritu Santo, que para él pocos santos había.
El panorama cultural y el que no lo es tanto se queda huérfano de uno de sus gruñones predilectos, porque vive Dios que con este hombre había que ser paciente para arrancarle la sonrisa. Eso sí, una vez conseguido acostumbraba a ser una sonrisa sincera, costosa pero auténtica. No abundaré más en su trayectoria, pero sí en la estela que deja más allá de ese periplo público y oficial. Desde El Campanario de DIARIO DE NOTICIAS DE ÁLAVA y desde otros sitios antes, nos enseñó a querer esta ciudad sin ser un papanatas. Nos demostró cómo se puede ser un vtv sin ser un papanatas. También nos convenció de que no todo lo que lleva en esta ciudad muchos años -toda la vida, que dirían otros- tiene por qué carecer de espíritu crítico y ansia de utopía trasformadora.
No hay testigo que recoger. Cada uno es único en su esencia y la de Petite, sin ser la de un hombre encantador, era la de un hombre con su peculilar encanto. Eso sí, así como la ignorancia es de atrevidos y la osadía de incautos, la prudencia -virtud tan nominalmente alavesa- y la inteligencia -atributo tan cercano a la modestia- invitan a repasar su existencia y aprender de ella. Un vistazo a sus campanazos bien puede servir de guía.
Javier Vegas
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