AYER estas líneas ya les invitaban a desembarazarse de los moldes de la cotidianidad, dejar los tópicos en el armario y salir a disfrutar de las fiestas a pecho descubierto. Yo me sumo y amplío el llamamiento. Aprovechen estos días para juntarse con los amigos, con la familia, con ésos que nos hacen la vida más agradable y aparecen en las batallitas más felices de nuestras vidas. ¿Qué son las fiestas sino una magnífica excusa para fijar un día en el calendario en el que no haya nada más importante que reunirse en torno a una buena mesa o una caña fresquita? Y contarnos nuestras vidas y reír, y llorar si es menester, y disfrutar escuchando y recordando -y olvidando-, y echar unos bailables o como en mi caso hacer como que se mueve alguna de las extremidades -superiores o inferiores, aún no he logrado coordinar ambas, creo que me falta o me sobra algún hueso-, y destrozar a voz en grito los grandes clásicos populares, y brindar con patxaran por las cosas buenas de la vida. Si son más de liturgias no se corten, ya sean religiosas o profanas. Echen la lagrimilla con Celedón sobrevolando la Virgen Blanca o con el Rosario de la Aurora, o con ambos, que una cosa no excluye la otra. Pero vacíense señores. Zambúllanse en la catarsis y háganlo en compañía, porque compartir con la gente a la que queremos y que nos quiere es el mejor ejercicio para ser un poco más felices. Y no es cursilería, es la pura realidad. Ya habrá tiempo para la resaca, y se pasa mejor con buenos recuerdos en las memoria.
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